13 nov 2013

Cayetano Santos Godino, el "Petiso Orejudo"

 


(De Miguel Eugenio Germino)
  
El de Santos Godino fue uno de los primeros casos de un asesino serial, que asoló la sociedad porteña por el año 1912. Del terror colectivo se pasó al asombro cuando se descubrió que el autor de los aberrantes crímenes de criaturas de hasta 5 años era un menor de 15 años, que torturaba a sus víctimas antes de matarlas, confesando que lo hacía por un irresistible impulso de placer interior.
De un hogar marginal de inmigrantes italianos, de familia numerosa, brutalmente violentado por su padre borracho, expulsado de varias escuelas, transcurrió su infancia vagando en la calle, eligiendo como centro de sus correrías los barrios de Balvanera, San Cristóbal y Parque Patricios.
  
INTRODUCCIÓN
 El siglo XX recién se desperezaba, tras el primer Centenario de Mayo, que transcurría en medio de una violenta agitación social. Gobernaba Roque Sáenz Peña (1910-1914), que proyectaría su nombre mediante la ley que intentó detener los fraudes electorales, mientras el interior era sacudido por la rebelión chacarera conocida como “El Grito de Alcorta”. El mundo se encaminaba hacia la primera gran conflagración mundial, auspiciada por la Guerra de los Balcanes. Se hundía el Titanic, el mayor barco del mundo, en la madrugada del 14 al 15 de abril de 1912, durante su viaje inaugural.
Buenos Aires era aún una ciudad baja, de calles abiertas a los vientos, surcadas por un nuevo medio de transporte: “el veloz tranvía” tirado por caballos y que se transmutaría paulatinamente en “el moderno eléctrico”.
Se vivía una llegada de inmigrantes sin precedentes, que alcanzó ese año a 274.000 ingresos. La metrópoli se jactaba de sus 821.000 habitantes, aunque se originó un gran déficit habitacional y proliferaron los inquilinatos y conventillos, con un hacinamiento ciudadano.
Los barrios de Almagro y Parque Patricios se encontraban al borde de la pampa, cuando comenzaban a dibujarse en su damero las primeras viviendas urbanas, entre las grandes quintas loteadas, y de tanto en tanto la chimenea de un horno de ladrillos inflamando el cielo suburbano.
En aquel panorama pueblerino se viviría el horror, entre enero y diciembre de 1912, al aparecer asesinados alevosamente varios niños de entre 2 y 5 años, el último abusado, estrangulado y con un clavo en la sien.

EL NIÑO CAYETANO
Fiore Godino y Lucía Ruffo, habían arribado al país en 1884 procedentes de Calabria (Italia), junto a dos hijos, aquí tendrían otros nueve. Al menor, nacido el 31 de octubre de 1896 en un conventillo de la calle Deán Funes 1158, le pondrían el nombre del mayor fallecido en Buenos Aires, Cayetano.
Fiore, empleado municipal, encargado del encendido de los faroles, era alcohólico, violento y en los últimos años padecía de sífilis. Al regresar por las noches borracho a su hogar sometía a su mujer e hijos a fuertes palizas.
En aquel clima crecería el niño Cayetano, enfermizo, de composición esquelética y talla baja, la asimetría del cráneo y de la cara respondían a defectos originarios; descollaban sus grandes orejas y sus largos brazos desproporcionados a su estatura, sus manos poseían una extraña flexibilidad. Durante los primeros años estuvo al borde de la muerte a causa de una enteritis.
Durante toda su niñez, sufrió el maltrato y los fuertes golpes paternos, quien no comprendía otro modo de morigerar lo que entendía como “naturaleza maligna de su hijo”.
Inaplicado en la escuela primaria, es expulsado sin otra consideración más que “su falta de interés” y su rebelde comportamiento. La calle sería entonces su lugar formativo, anduvo vagando por ellas desde los cinco años.
Cayetano, con su psiquis atrofiada, producto de una vida dolorosa y marginal, privado del mínimo cariño, transita los caminos de la exclusión social más absoluta, que lo sumerge en una infancia de morbosas fantasías y deseos abyectos.
Esta situación nos lleva a una compartida reflexión: ningún niño nace ladrón y menos asesino, sino que el trato familiar, el hábitat de marginalidad y la trama de la sociedad contribuyen, con mayor o menor presión, al cruel camino que transitará en su adolescencia.

LA CATARATA DE CRÍMENES
Entre 1904 y 1911, Cayetano agrede a los niños Severino González y Julio Botte, entre otros intentos frustrados. Experimenta impulsos piromaníacos, se entretiene además matando pájaros domésticos y con otras formas de agresión, como consta en la Comisaría 8ª de Urquiza 550 –entonces la familia habitaba un inquilinato en la calle 24 de Noviembre 623–, por denuncia de su propio padre que explicita: “que su hijo de 9 años es absolutamente rebelde a la represión paternal, solicitando la reclusión del mismo en donde la policía crea oportuno y por el tiempo que quiera…”.
A raíz de esa denuncia el menor es puesto a disposición de la Alcaldía Segunda y posteriormente aislado en un reformatorio de Marcos Paz. Esto solo sirve para agudizar sus graves problemas, de modo que cuando recobra la libertad en 1911 inicia su brutal carrera delictiva.
Entre enero y diciembre del año 1912, ya adolescente de 15 años, consumará sus más alevosos crímenes, e incendios:
En enero prende fuego a una bodega de la avenida Corrientes; cuando llegan los bomberos, colabora con ellos en apagar las llamas. Declarará un año después cuando es detenido: “Me gusta ver trabajar a los bomberos, es lindo ver como caen en el fuego”.
El 25 de enero asesina al menor Arturo Laurora, quien vivía en Cochabamba 1753; el crimen fue consumado en una casa abandonada de la calle Pavón 1541, donde lo encuentran golpeado brutalmente, estrangulado y semidesnudo.
Por la tarde del 7 de marzo le prende fuego al vestido de la pequeña Benita Vainicoff, frente a la vidriera del comercio de la calle Entre Ríos 322. Su abuelo que cruza de prisa la calle para socorrerla es atropellado por un tranvía y fallece en el acto, la niña muere a causa de las graves quemaduras.
En los siguientes meses ocurrirán en la zona otros incendios intencionales no aclarados. Comete el ataque a la niña Carmen Ghittoni, de 3 años, que es salvada por un policía mientras el “Petiso Orejudo” huye precipitadamente.
El 8 de noviembre intenta asesinar al niño Carmelo Russo, de 2 años, a quien un vigilante lo encuentra con los pies atados y semiasfixiado con un cordón que le envuelve el cuello. Godino a su lado, aduce que lo encontró en ese estado y lo estaba desatando; es detenido, aunque finalmente liberado por falta de méritos.
Siempre el modus operandi de Cayetano es el de acercarse a chicos “con cara de otarios” como declarará después, y ofrecerle caramelos, para luego conducirlos a un baldío o a una casa desocupada y atacarlos.
 El 3 de diciembre el menor Jesualdo Giordano de 3 años, jugaba en la puerta de su casa de la calle Progreso (hoy Pedro Echagüe) entre Jujuy y Catamarca. Cayetano lo tienta con caramelos, lo conduce a una quinta de la calle Moreno, donde lo somete, violándolo y estrangulándolo con un piolín y además le perfora la sien con un clavo.
Al día siguiente fue al velatorio del infortunado y le giró la cabeza para ver si aún conservaba el clavo en la sien, además recortó la noticia de los diarios, no sabía leer pero tal vez pensó ver alguna fotografía. El 5 de diciembre es detenido en el inquilinato de Urquiza 1970 donde entonces vivía; ya la policía lo estaba cercando por testimonios de vecinos que habían visto a un joven orejudo de la mano del chico.
Una vez apresado confiesa todos sus crímenes, además de otro ocurrido en 1906, una niña de 2 años que había enterrado viva en un baldío de la calle Río de Janeiro. Llegadas las autoridades, comprueban que en el lugar se había edificado una casa de dos pisos. Sin embargo los archivos policiales registraban la desaparición de la víctima el 29 de marzo de 1906, se llamaba María Rosa Face, que nunca fue encontrada; sus padres italianos habían regresado a su país.
Confiesa además los incendios de la estación de tranvías de La Anglo Argentina de Estados Unidos 3360, de una fábrica de ladrillos de Garay 3129, de un corralón de maderas en Carlos Calvo 3950 y de otro en Corrientes 2777.
Según el prontuario policial: “no demuestra ningún arrepentimiento por sus actos, conserva la mayor lucidez y demuestra satisfacción al narrarlos, es analfabeto, pero sabe firmar y posee buena memoria.”
Salva su vida –entonces regía la pena de muerte– por ser menor de edad. Es conducido a diferentes encierros, primero al Hospicio de Las Mercedes, luego a la Cárcel de Las Heras, para terminar definitivamente en 1923 en el penal de Ushuaia.

SU DETENCIÓN EN USHUAIA
Muy poco se conoce de los 21 años de reclusión de Godino en aquel lúgubre penal, que pasó a conocerse popularmente como “La cárcel del Fin del Mundo”, enclavado en un paisaje rústico y agresivo, y que llegó a albergar a más de 900 presos. Fugarse de allí era morir inexorablemente de hambre y de frío.
En un trabajo de investigación del año 1935, el diputado Ramírez señala: "...después de visitar la cárcel de Ushuaia, de haber observado su funcionamiento, régimen y características, puedo afirmar que ese establecimiento está lejos de reunir las condiciones indispensables para responder al amplio programa de reconstrucción psicológica y profesional que necesita el material humano alojado en sus celdas. Por el contrario, constituye un ambiente moral y físicamente malsano, corrosivo, lleno de riesgos y de peligros; no va más allá de un brutal hacinamiento de hombres…; en la cárcel de Ushuaia todo está dispuesto en contradicción permanente con un régimen correctivo de verdad, científico, humano. Comenzando por su ubicación, por la clase de condenados recluidos, por el régimen de trabajo, por las condiciones sanitarias, por el trato; en una palabra ¡por todo!..."
 En este presidio –construido por Julio Argentino Roca en 1902 y levantado íntegramente por los penados hasta 1920, cuando se dieron por concluidas las obras–, se han roto huesos, se han retorcido testículos y se han sometido a los presos a brutales palizas con cachiporras de alambre.
Finalmente por decreto del presidente Juan Domingo Perón del 21 de marzo de 1947, es cerrado este temido presidio de “Ushuaia, tierra maldita”. Actualmente funciona en el lugar un museo, como atracción turística, junto al también histórico “trencito del fin del mundo”.
Allí pasó Cayetano Santos Godino, el “Petiso Orejudo”, los últimos 21 años de su corta vida de 48 años. En el lugar se lo sometió a una de las primeras cirugías estéticas para reducirle las prominentes orejas, al parecer por atribuirle a ese rasgo el origen de su malignidad.

GODINO Y EL CINE
Allí tuvo tal vez un castigo ejemplar para su dimensión asesina, tan inhumano como su permanencia en el sombrío lugar donde sufrirá el desprecio de sus compañeros de encierro, el maltrato cotidiano, violentado sexualmente, solo, sin amigos, sin visitas, sin cartas. Descarnadamente solo en este vértice tan hostil del mundo y tan lejos de la franja de sus correrías por Balvanera, San Cristóbal y Parque Patricios.
Los detenidos de la sección carpintería tampoco perdonaron el último crimen de nuestro personaje, la estrangulación de un gato que era su mascota, le pegaron tanto que tardó más de 20 días en salir del hospital. Murió el 15 de noviembre de 1944, a causa de hemorragias internas producto de las tantas palizas recibidas, sin confesar remordimientos ni entender tampoco que había sido en el año 1912 el centro de las pesadillas de Buenos Aires.
El cine recoge los testimonios de la vida de Godino en la película argentina del año 2007: “El niño de barro”, dirigida por Jorge Algora.
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Fuentes:
-http://es.geocities.com/abbyss69/aspetiso.html
-http://escenadelcrimen.com.ar/santos-godino/
-http://www.portalnet.cl/comunidad/art-y-relatos-gore.165/953862-biografia-cayetano-santos-
 godino-el-petiso-orejudo.html
-http://www.slideshare.net/Haruka303/caso-petiso-orejudo-santos-godino
-http://www.taringa.net/posts/info/1112959/Cayetano-Santos-Godino.html
-Vallejos Marcelo, Todo es Historia nº 312, julio de 1993.

Fotografía: Pabellón de la cárcel de Ushuaia, donde murió el “Petiso Orejudo”.
Nota y foto tomadas del periódico Primera Página, noviembre de 2013.