5 mar 2013

Del conventillo a la casa tomada


(De Mario Bellocchio)

 La trayectoria de un drama del que los porteños no tienen la exclusividad pero, seguramente, con su carga de miserias a cuestas, sobrellevan los papeles protagónicos afincados en la gran urbe que atrae como un inmenso faro e incinera a sus víctimas “culpables” de atreverse a tentar una vida mejor. Aquellos inmigrantes que escapaban de la miseria y las guerras europeas, más de un siglo después, trocan el origen a una más cercana América o al interior profundo, conservando intacta la precariedad, el hambre y la necesidad de permanecer cerca de un Moloch nutriente, aún a riesgo de ser devorados por sus llamas.

Aún cuando los antecedentes de los Altos de Escalada lo sindiquen como la primera casa de inquilinato porteña (1785), la irrupción del conventillo y su apogeo se sitúan a fines de la década de 1870 juntamente con la primera gran oleada inmigratoria, el regreso de los combatientes del Paraguay y las pestes cuyo amarillo broche trágico, en 1871, y su saldo de muertes, había terminado de concretar el éxodo del Sur con San Telmo como eje. Hubo quien vio en el abandono de su mansión una notable oportunidad de transformarla en una sucesión de pequeños cuartuchos adocenados sin criterio estético ni higiénico de ninguna índole, y aprovechar la bullente necesidad inmigratoria de un urgente rincón donde arrojar su alma y cuerpo para  las más primarias necesidades.
Mina que te manyo de hace rato, / perdoname si te bato / de que yo te vi nacer... / Tu cuna fue un conventillo / alumbrado a querosén. (1)
De ahí en más, esa miserable cuna fue de miles: a comienzos de 1880 en Buenos Aires había 1.770 conventillos, en los que vivían 51.915 personas repartidas en 24.023 habitaciones de material, madera y chapas. Para mediados de 1890, ya eran 2.249, para 94.743 inquilinos.
[...] El costo de vida aumentaba día a día y el salario iba teniendo casi un sentido testimonial para los miembros de los sectores populares. Uno de los rubros que había sufrido mayores aumentos frente a los rezagados salarios era el de los alquileres, que se llevaban un buen porcentaje de los ingresos familiares.
"Sea propietario", prometían los folletos de las agencias de promoción de la Argentina en Europa destinadas a los proletarios europeos que eran alojados a su arribo en el llamado Hotel de Inmigrantes, un depósito de seres humanos, del cual se los expulsaba a los cinco días, quedando librados a su escasa o inexistente fortuna.
A la salida del Hotel estaban los "promotores" de los conventillos, subidos a carros que trasladaban a los inmigrantes hacia su nuevo destino. No había contratos de alquiler; el primer recibo de pago se lo daban al inquilino a los tres meses, para poder desalojarlo por falta de pago cuando el encargado o el propietario lo dispusiese. (2)
La higiene parecía una palabra prohibida. Según narran los diarios de la época, "un tufo de aceite rancio impregnaba todos los ambientes". Durante las epidemias, los colchones y todos los enseres considerados sujetos a la infección pasaban a formar parte de un incendio general, para la desesperación de sus pobladores.
Para dormir, los más pobres tenían dos opciones: el sistema de "cama caliente", en el que se alquilaba un lecho por turnos rotativos para descansar una par de horas, o la maroma, que eran sogas amuradas a la pared a la altura de los hombros. Quien optaba por ese método debía pasarse las sogas por debajo de las axilas, dejar caer el peso del cuerpo y dormir parado. (3)

De aquellas fétidas pocilgas, cuyo aire jamás se renueva y en cuyo ambiente se cultivan los gérmenes de las más terribles enfermedades, salen esas emanaciones, se incorporan a la atmósfera circunvecina y son conducidas por ella tal vez hasta los lujosos palacios de los ricos. Un día, uno de los seres queridos del hogar, un hijo, que es un ángel a quien rodeamos de cuidados y de caricias, se despierta ardiendo con la fiebre y con el sufrimiento de una grave dolencia.
[...] Acordémonos entonces de aquel cuadro de horror que hemos contemplado un momento en la casa del pobre. Pensemos en aquella acumulación de centenares de personas, de todas las edades y condiciones, amontonadas en el recinto malsano de sus habitaciones; recordemos que allí se desenvuelven y se reproducen por millares, bajo aquellas mortíferas influencias, los gérmenes eficaces para producir las infecciones, y que ese aire envenenado se escapa lentamente con su carga de muerte, se difunde en las calles, penetra sin ser visto en las casas, aun en las mejor dispuestas; y que aquel niño querido, en medio de su infantil alegría y aun bajo las caricias de sus padres, ha respirado acaso una porción pequeña de aquel aire viajero que va llevando a todas partes el germen de la muerte. (4)
Desde la perspectiva social, el conventillo se constituyó en el tipo habitacional más significativo, que si por un lado daba cuenta de la faz más inhumana del liberalismo con la desprotección de la clase trabajadora, el hacinamiento en tugurios céntricos de cuartos estrechos sin luz ni aire, pésimas instalaciones sanitarias y alquileres abusivos; por otra parte se constituía en un espacio cultural integrador, de alta sociabilidad, donde convivían polacos, italianos y españoles con criollos del interior, compartiendo fiestas, comidas y luchas reivindicativas, generando nuevas expresiones estéticas, musicales y de lenguaje. (5)
El patio, una suerte de Babel de convivencias que incluían los reclamos coincidentes y las contiendas que albergaban el nacimiento de familias, los dramas pasionales, el tango y el sainete. En su centro, el piletón, que hasta mediados de 1880, en que no hubo agua potable en la ciudad, era abastecido por carros aguateros; dramas de verano y uso generador de conflictos y reyertas.
Los –pomposamente llamados baños –una letrina de piso y una canilla, sin cloacas– se compartían, en el mejor de los casos, entre diez cuartos habitados por un promedio de seis personas cada uno. Sólo algunos conventillos tenían un estrecho y común lugar para cocinar. En los que no, el brasero en las habitaciones o los calentadores a querosén –los famosos “Primus”– sustituían a ese ambiente. Cada familia preparaba sus alimentos según sus propios gustos: los piamonteses y genoveses comían legumbres crudas, queso y pan; los asturianos y gallegos, tocino y pan y los criollos, puchero.
Los tufos y entreveros de la promiscuidad tenían su terreno salvador en el patio. El aire libre reunía penas y jolgorios:
El conventillo luce su traje de etiqueta; / las paicas van llegando, dispuestas a mostrar / que hay pilchas domingueras, que hay porte y hay silueta, / a los garabos reos deseosos de tanguear.
[...] El dueño de la casa / atiende a las visitas / los pibes del convento / gritan en derredor / jugando a la rayuela, / al salto, a las bolitas, / mientras un gringo curda / maldice al Redentor.
[...] Termina la milonga. Las minas retrecheras / salen con sus bacanes, henchidas de emoción, / llevando de esperanzas un cielo en sus ojeras / y un mundo de cariño dentro del corazón. (6)

Allá por 1907, época efervescente de rebelión obrera, la explotación de los conventillos tocó una cúspide que se tornó –para sus habitantes –, intolerable. Tanto, que unieron sus fuerzas los de Buenos Aires, La Plata, Rosario y Bahía Blanca y desataron la llamada “huelga de inquilinos” en reclamo de mejoras habitacionales y en las desmedidas pretensiones de alquiler.
Las acciones y la represión cobraron tal magnitud que resultaron incontenibles. Nacía el liderazgo policial de Ramón Falcón quien llegó a la crueldad de bañar a manguerazos con agua helada a familias enteras en el crudo invierno de 1907 (¡Ay las calles de Buenos Aires y sus “homenajes”!). Por el lado de los rebeldes, mientras tanto, un jovencito de tan solo quince años proclamaba: "Barramos con las escobas las injusticias de este mundo".
A los pocos días, una manifestación de escobas, -mayoritariamente compuesta por mujeres y niños, los que más horas por día padecían los males del conventillo–  recorrió Buenos Aires. Salían a la luz los invisibles. Eran miles de escobas portadas pacíficamente. El solidario gremio de los carreros se puso a disposición de los desalojados para trasladar a las familias a los campamentos organizados por los sindicatos anarquistas, donde el gremio gastronómico preparaba suculentas ollas populares financiadas con aportes que llegaban de todo el país.
Tras una durísima y desigual lucha, los huelguistas lograron parcialmente su objetivo de conseguir la rebaja de los alquileres y mejorar mínimamente las condiciones de vida.
Este original movimiento, que fue tomado como ejemplo y replicado en varias capitales del "primer" mundo, representó un llamado de atención sobre las dramáticas condiciones de vida de la mayoría de la población que ocuparon por aquellos días las tapas y los editoriales de los principales diarios. (7)
El 5 de abril de 1929, en el Teatro Nacional, se estrenaba “El Conventillo de la Paloma”, de Alberto Vacarezza, en cuyos papeles estelares se destacaban Libertad Lamarque y Francisco Charmiello. La vida de estos singulares inquilinatos había trascendido sus propias fronteras que, en el caso de “La Paloma”, perdurarían hasta el presente con sus mitos y sus miserias. ¿Habrá vivido una bella mujer en aquel conventillo masculino, admirada y codiciada por el entorno o sólo fue Vacarezza el que imaginó la travesura?
“Nosotros, los habitantes actuales, somos la continuidad de los antiguos inmigrantes, trabajadores como ellos, y luchamos para que esto sea patrimonio cultural”, proclama Abel Acosta, desde Villa Crespo, uno de las seis decenas de personas que hoy habitan el lugar nacido a fines de la década de 1880 como casa habitación de los obreros de la Fábrica Nacional de Calzado.
La naciente empresa..., vio conveniente la adquisición de unas 30 hectáreas en esta zona prácticamente despoblada, con terrenos baratos y un arroyo próximo, el Maldonado, útil para arrojar los desechos industriales.
El conventillo El Nacional, llamado también el "Conventillo de la Paloma", llegó a tener más de cien habitaciones ubicadas en cuatro cuerpos. Un pasillo extenso y angosto de una cuadra recorría internamente la manzana, con entrada por Serrano 148-156 y otra por Thames 139-147. (8)
Boedo también tuvo su conventillo con su historia para el recuerdo: quedaba en Boedo e Independencia donde hoy tiene su sede el Banco Nación. Cuentan los memoriosos que allí nació el apasionado romance de El Cachafaz y Carmencita Calderón antes de su primer salto a la notoriedad.
Lo cierto es que (Carmencita Calderón, la destacada bailarina tanguera), haya nacido o pasado su niñez en Villa Urquiza, en Boedo o en ambos lugares a la vez, su fama se cimentó en la época que ocupaba una pieza del conventillo de Boedo e Independencia junto con el Cachafaz–. Alguien, en alguna oportunidad, describió esa habitación como un verdadero “nido de amor”, pulcro y acogedor, donde abundaban las fotos familiares.
[…] Sobre el célebre bailarín que habitaba el conventillo en Boedo... Rubio, de buena estampa, “picado” de viruela –lo cual no menguaba su atractivo– el Cachafaz (que debía su apodo, según algunos, a que sus travesuras de niño le hicieron exclamar a sus padres: “¡Mi hijo es un cachafaz!”; según otros, entre los que se encuentra don Augusto P. Berto –lo que es más probable–-, a que su padre tenía un comercio llamado “El Caccia”, que significa “El Cazador”) y Carmencita, de elegante figura, morena y atractiva, no tardaron en ser requeridos por el cine y el teatro. (9)

HOY COMO AYER
El acceso a la vivienda en la ciudad se ha visto restringido tanto por la evolución de la pobreza como por los precios que expulsan del submercado de viviendas de alquiler a grupos de población de menores recursos que se vuelcan a utilizar otras estrategias de supervivencia como la autoconstrucción en asentamientos y villas, alquileres de cuartos en inquilinatos y hoteles pensión, ocupaciones de edificios (casas tomadas) o vivir en la calle.(10)
Mientras esto se afirma, desde el propio Gobierno de la Ciudad poco y nada se hace en torno a la vivienda popular y, en cambio, se favorece la edificación ociosa y especulativa.
El conventillo renueva su vigencia y Vacarezza ya no está para aportarle su cuota romántica y su Paloma.
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Notas
(1) “Flor de fango”, tango, 1919, Música: Augusto Gentile, Letra: Pascual Contursi.
(2) Felipe Pigna. El Historiador
(3) La Nación, domingo 14 de mayo de 2000, “Todo comenzó en los conventillos”.
(4) Guillermo Rawson, 1885, “Estudio sobre las casas de inquilinato de Buenos Aires”.
(5) “Arquitectura del habitar popular en Buenos Aires: el conventillo”, Arq. Jorge Ramos, noviembre de 1999.
(6) “Oro muerto” (Jirón porteño), tango, 1926, letra y música de Juan Raggi y Julio Navarrine).
(7)“Los inquilinos, en pie de guerra”, Felipe Pigna, Clarín, domingo 29 de julio de 2007.
(8) “‘El Conventillo de la Paloma’ un siglo después”, Carlos Szwarcer, Revista Cultural del CECAO. Año II Nº XIX. Mayo de 2004. Córdoba. Argentina.
(9) Alfredo Luis Soncini, “El Barrio de Boedo”.
(10) “Los habitantes de hoteles familiares, pensiones, inquilinatos y casas tomadas de la Ciudad de Buenos Aires: ¿dónde están?, ¿de dónde vienen?, ¿quiénes
son? y ¿cómo viven?”, Victoria Mazzeo y María Cecilia Roggi, Población de Buenos Aires, revista de la Dir. Gral. de Estadística y Censos de la Ciudad, N° 15, abril de 2012.

Foto: Interior de un conventillo; vecinos.
Material tomado del periódico Desde Boedo, febrero 2013.