23 mar 2012

Revistas


(De Bernardo González Arrili)

Los almaceneros, alguna vez los merceros, ocupaban una parte de sus escaparates a la calle, en la exposición de revistas o retratos. Contaban en casa que, antes de la Revolución del 90, en las vidrieras de almacenes y fondas se acostumbraba a colgar las dos páginas centrales de El Quuijote, semanario donde Sojo dibujaba sus caricaturas “de actualidad”. El dibujo era suficientemente ingenuo como para que todos le hallaran su doble o triple intención, concordara o no con el epígrafe en prosa o verso. La oposición  al gobierno del “unicato” crecía con aquellos dibujos; ser anti-algo, por ejemplo anti-juarista o anti-roquista, era coincidir de manera festiva con los dibujos y los chistes de aquellas hojas. Los almaceneros manifestaban a su vez las predilecciones políticas de ellos o de la mayoría de su clientela, colocando aquellas hojas en la vidriera para que pudieran leerlas cuantos no adquirieran el semanario. Ya en las proximidades de la revuelta, por detenerse a contemplar los inocentes dibujos, más de un ciudadano curioso durmió en la seccional pues “estaba prohibido” ser opositor al gobierno de Juárez.
En los días éstos de la calle Corrientes, el “unicato” era un recuerdo y el semanario festivo había dejado de aparecer en Buenos Aires, pero subsistía la costumbre de exponer en las vidrieritas de los almacenes de esquina y en las cantinas de la media cuadra, las hojas o las tapas de las revistas ilustradas. El gusto del espectador gratuito había cambiando un tanto. Ya no sonreía con la cara deformada del político nacional; ya se habían dejado de lado las denominaciones zoológicas aplicadas a los principales actores de la política; ya Roca no era el zorro, ni Pellegrini la jirafa, ni Juárez un burrito; ahora el público debía amargarse enterándose de las tragedias lejanas. En las vidrieras almaceniles o cantineras  se colgaban las tapas en colores del semanario italiano Le Corriere de la Domenica (1) que traía siempre dos episodios dramáticos del “más alto interés”, de la más fuerte sensación popular: un  naufragio; un choque de trenes expresos; un incendio en un séptimo piso; una degollación de inocentes; un suicidio conmovedor. Producían el interés buscado, no cabe dudarlo. Las personas mayores después de contemplar largo rato aquellas tapas de revistas manifestaban su emoción. Algunos, para distraer el arrugado corazón sensible, hablaban de que los dibujos eran tan excelentes  “que parecían talmente fotografías”. Los muchachos veíamos aquellos dibujos coloreados con diferentes grados de interés. Difícilmente se nos convencía de la exactitud fotográfica de los grabados italianos, aunque nos llamaba un poco la atención ésta o la otra escena marítima o guerrera. Los episodios de la guerra anglo-bóer siempre tuvieron su interés para chicos y grandes; volvieron a tenerlos los que se referían a la guerra ruso-japonesa.
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(1) La revista se llamaba La domenica del corriere. Sin duda un lapsus calami del autor. (N. de la R.).

Imagen: Tapa de La domenica del corriere, edición  Nº 33  (13-20 agosto de 1916).
Tomado del libro de B. González Arrilli: Calle Corrientes entre Esmeralda y Suipacha, Editorial Guillermo Kraft Ltda., Bs. As., 1952.