18 dic 2011

Las cinco esquinas y el librero Franco Tedesco


(De Hilda Guerra)

Cuando se abre el semáforo de las cinco esquinas el florista tiembla. Conducen enloquecidos por la copetuda Coronel Díaz, algunos doblan hacia Soler, a la derecha, otros hacia  la izquierda. Yo me dirijo hacía Honduras, (a pie ¡claro!, como la mayoría de los que escribimos y “vamos a pata”) tal vez por ese afán de bucear, recordar, indagar.
Sobre el lado del corazón, hay una gran vidriería; respiro profundo, detengo mi paso y regreso a la adolescencia. Allí estaba la librería de Franco Tedesco, señor mayor que organizaba una peña para la muchachada del barrio que después se llamó Palermo Sensible. Él me regalo –cuando aún estaba en la primaria – el poemario Tú y yo de Paul Geraldy. Iba por esa acera dos veces por semana luciendo mi boina y los pesados libros de música, para llegar a la casa de mi profesora. Pasaba frente a la casa de Evaristo Carriego y luego doblaba  por Bulnes hasta  Gorriti, donde Adelita me daba clases de piano. Pero... Franco Tedesco debió intuir que mi pasión más fuerte sería la literatura; de allí los versos premonitorios y el mandato al goce de la lectura: Yo no quiero verlos. Llévate esos clisés/ donde, tú dices, está nuestro viaje y su historia. /Mis recuerdos son mucho mejores en mi memoria./ Los alejarías, queriendo acercarlos./ Llévate esos clisés donde todo muere y se empequeñece,/ donde el pasado encantador aparece despojado/ de su dolor, de su perfume, de su música/ mientras que un necio detalle revive íntegro/ con una importancia irritante y cruel./  Mi memoria es más fiel... “Estereoscopio”.
Varias generaciones se formaron en esa librería; librería de textos y útiles que contaba con una biblioteca surtida. Asistíamos a la Peña a la que concurrían las hermanas solteronas del dueño. Franco vendía el primer cuaderno y lápiz y luego prestaba el primer libro de poesías o la audaz novela de Eduardo Zamacois. Allí se escuchaban tenebrosas historias de la casa del poeta que había vivido en la esquina y donde además de él habían muerto todos sus habitantes de tuberculosis.
El clan se componía de los que estaban por terminar la secundaría, los que les faltaba poco para obtener el título de doctor y los que comenzábamos –con el permiso paterno– a concurrir sin necesidad de alguna compra para el colegio. El sitio, además, era una usina de piropos. Nos ingeniábamos para pasar varias veces al día. Contábamos con la complicidad de la bifurcación y aparecíamos por la esquina menos pensada: por Soler estaba la  mercería que  justificó siempre el encargo de mamá.
De esto no me dejan mentir algunos vecinos sensibles que mejoran Palermo, editan voceros barriales y ahora la Guía de Palermo-Barrio Norte: Graciela Testa, que desde hace décadas enseña guitarra a más de un desafinado; doña Clara, que días pasados salió ilesa cuando se cruzó una bicicleta transgresora; Norma Barresi, que vive en Nueva York, pero todos los años vuelve al barrio; ni el inmortal Evaristo Carriego, que nos guiña un ojo desde el cielo.
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Imagen: Foto del librero don Franco Tedesco.