23 dic 2011

Dios, sueños y filosofía


(De Haydée Breslav)

En la década del 60, sentados a la mesa de un bar, seguramente de Corrientes, varios jóvenes con veleidades literarias discutían a quién le correspondía el título de “poeta de Buenos Aires”. Uno mencionó a Borges; otro, a Tuñón; un tercero, a Fernández Moreno. Las voces se exaltaban y llegaban hasta las mesas vecinas; desde una de ellas, un hombre que para los discutidores sería viejo, escuchaba en silencio. Terminó su ginebra y pagó; al encaminarse hacia la puerta, se paró ante los jóvenes y les dijo: “El poeta de Buenos Aires es Discépolo”.
Osvaldo Pellettieri señaló que nunca nombró a la ciudad en sus tangos; sin embargo, varios de ellos han sido consagrados como verdaderos himnos extraoficiales por los porteños, quienes tienen a la llamada filosofía discepoliana como un compendio de duras verdades largamente probadas a través de sucesivas experiencias. Porque, como nos comentó Rubén Derlis, “más que poeta [Discépolo] es un filósofo que escribe en verso y después le pone música a lo que piensa”.
La mordacidad, el desenfado y la desesperanza, características que conformaron su filosofía, aparecen por primera vez en Qué vachaché, escrito en 1926. “El público no comprendía esa letra, en la cual la mujer ambiciosa critica a su noble y desinteresado esposo; nadie podía entender que ese discurso debía ser interpretado como su propia crítica”, refiere Roberto Selles.
A ese tango siguieron Esta noche me emborracho, Chorra, Yira… yira… y muchos otros, donde Discépolo se vale de la ironía, la paradoja y la sátira social para contar las pequeñas y grandes miserias de los habitantes de una urbe en pleno proceso de corrupción. Algunos creyeron ver que en esos tangos “se exaltaba peligrosamente la filosofía cínica de los amorales”, sin entender que constituían una suerte de conciencia callejera que estigmatizaba, en clave grotesca, el doble discurso de la moral dominante, tanto pública como privada. De ahí su bien ganada popularidad, su actualidad permanente.
Sólo otros poetas como Manzi,  Cátulo Castillo, Troilo –lo nombro a propósito– y más tarde Santoro, comprendieron que Discépolo se hería a sí mismo cuando revolcaba en el barro a sus personajes; el sarcasmo era la contracara del íntimo sufrimiento de un hombre que supo interpretar como ninguno los sentimientos de un pueblo al que –como definió otro poeta, Oscar García– siempre le han durado muy poco las alegrías.    

EL SENTIMIENTO RELIGIOSO
“Qué vachaché, si ya murió el criterio / vale Jesús lo mismo que el ladrón”. Al equiparar a Cristo con su compañero de calvario, los dos últimos versos de Qué vachaché inician una serie de expresiones que, a través de distintos tangos, revelan el profundo (y atormentado) sentimiento religioso de Discépolo.
No encontramos en el género, ni en la poesía (denominada) culta de Buenos Aires, manifestaciones de una religiosidad tan intensa –es conocido el agnosticismo de muchos de nuestros mejores poetas– a excepción de Francisco Luis Bernárdez, cuya obra refleja una fe serena y sin fisuras. En cambio, Discépolo siente que Dios se aleja de él, y lo desgarra el conflicto entre los preceptos divinos y las conductas humanas. En uno de sus mejores tangos, apostrofa al Todopoderoso (“Aullando entre relámpagos / perdido en la tormenta / de mi noche interminable ¡Dios! / busco tu nombre”, Tormenta); en otro, y en un verso terrible en su sencillez –y que mucho impresionó a Sabato, quien lo incluyó en Sobre héroes y tumbas– cuestiona la ausencia divina (“¿Dónde estaba Dios cuando te fuiste?”, Canción desesperada).
En la torturada espiritualidad del poeta, Dios sólo se manifiesta a través del castigo, capaz de inspirar pasiones tan violentas como desdichadas (“Quién sos, que no puedo salvarme / muñeca maldita, castigo de Dios”, Secreto); (“…qué castigo de Dios / me condenó al horror / de que seas vos / vos solamente, sólo vos / nadie en la vida más que vos / lo que deseo”, Martirio).
Y no vacila en achacarle su propio resentimiento y su particular venganza (“Perdóname, si es Dios / quien quiso castigarte al fin”, Sin palabras, con música de Mariano Mores).

LOS SUEÑOS, SUEÑOS SON
“Las agonías que son se derivan de los éxtasis que pudieron haber sido”, escribió Edgar Poe, de quien dijo Raúl González Tuñón que “bebía ¿para olvidar? cuando aún no existían las letras de los tangos tristes”
Como no podía ser de otra manera, varios de ellos se han referido a la tristeza que emana de la brecha abierta entre los sueños y la realidad; destacamos el notable Sueño querido, de Mario Battistella, con música de Ángel Maffia. Pero sólo Discépolo (junto con el Cátulo Castillo de La última curda) logró hacerlo con la intensidad que la aseveración de Poe merece; en sus tangos más dramáticos, esa brecha es una fosa donde queda sepultado el sentido de la existencia (“La vida es tumba de ensueños / con cruces que, abiertas, / preguntan... ¿pa' qué?”, Desencanto).
Sin embargo, en Cafetín de Buenos Aires –que tiene música de Mores–, la fe en los sueños forma parte de la conquista iniciática: “Ya de muchacho me diste entre asombros, / el cigarrillo, la fe en mis sueños / y una esperanza de amor"). Dicho sea de paso, en 1949 el subsecretario de Cultura, Antonio Castro, intentó prohibir este tango porque consideró alarmante la primera cuarteta de la segunda parte (“Cómo olvidarte en esta queja / cafetín de Buenos Aires / si sos lo único en la vida / que se pareció a mi vieja”). El indignado funcionario así fundamentó su iniciativa: “Es inadmisible que dentro o fuera del país se pueda suponer que exista un argentino que lo único que halla para compararlo con su madre sea un cafetín”.
Fe, esperanzas y sueños vuelven a aparecer al principio de Uno (ese hermoso tango, también con música de Mores, que ha sido objeto de abuso por parte de tantos malos cantantes) para guiar al protagonista en lo que puede considerarse como una original descripción de la utopía (“Uno busca lleno de esperanzas / el camino que los sueños / prometieron a sus ansias... / Sabe que la lucha es cruel y es mucha / pero lucha y se desangra / por la fe que lo empecina”).

EL FINAL DE LA UTOPÍA
¿Qué fue lo que pasó para que, en Alma de bandoneón, el protagonista compartiera su frustración con el fuelle? (“Igual que vos soñé / igual que vos viví / sin alcanzar mi ambición”).
¿Quién fue el culpable de que los sueños no se hubieran cumplido? ¿Acaso el amor? (“¿Por qué me enseñaron a amar / si es volcar sin sentido los sueños al mar", Canción desesperada).
¿O tal vez esa masa sin identidad pero con malevolencia, llamada “la gente”? (“La gente es brutal y odia siempre al que sueña / lo burla y con risas desdeña su intento mejor”, Infamia).
El amor y la gente son dos de las tres esperanzas (fallidas) que dan título a otro tango (la tercera es la madre, que murió). Paradójicamente, se trata del más desesperanzado de cuantos compuso; el lenguaje es desnudo, como corresponde a la dureza del tema, expuesto al principio como un diálogo entre un hombre y su alma.
Aquí es el protagonista quien, en una mirada retrospectiva, se ríe de sus propios sueños (“Me he vuelto pa' mirar / y el pasao me ha hecho reír... / ¡Las cosas que he soñao! / ¡Me cache en dié, qué gil!”). Esta es siempre mala señal, pues si al que ríe le ha ido bien, quiere decir que traicionó sus sueños, lo que entraña ruindad; y si le ha ido mal –como en este caso– significa que los abandonó, y eso es desesperación.
Sintiéndose defraudado por aquellos en quienes depositó sus esperanzas (la muerte puede considerarse una especie de traición) sólo quiere dormir sin sueños. “Nos miramos con pena / durmiendo sin soñar; / nos ha engañado el sueño, / ya no soñamos más”, expresó Ezequiel Martínez Estrada en su delicado poema “El mate”.
La idea de Discépolo es otra: “Cachá el bufoso, y chau... / vamo´ a dormir”.
Acaso por haber muerto tan joven, no llegó a trocar el dolor en melancolía; pero su agudo sentido de la observación le hizo notar que nadie está exento de que, en algún momento de la vida, la realidad se le presente como una imagen distorsionada de sus sueños, similar a la que devuelven los espejos deformantes.
La historia que cuenta Quien más... quien menos... (un hombre sorprende a una antigua novia haciendo striptease en un cabaret) ha perdido actualidad; incluso, otros la desarrollaron mejor. Pero el tango resuelve en dos versos que confirman la opinión de Roberto Díaz en el sentido de que Discépolo “era un arquitecto de las palabras, un tipo que podía pasarse un año buscando la que más le convenía para expresar sus conceptos”.
Son dos versos que recuerdan al Mozart asesinado de Saint-Éxupéry; dos versos que ponen de manifiesto, con poética síntesis, la frustración material y espiritual que esta sociedad produce en sus miembros:

“Quien más... quien menos... pa´mal comer / somos la mueca de lo que soñamos ser”.
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Fotografía: Enrique Santos Discépolo.
Nota tomada del periódico Trascartón, diciembre 2011.