17 nov 2011

Plaza Luis F. Leloir o placita de la Ciencia


(De Hilda Guerra)  

Algunas placitas cerradas y  también los espacios verdes, poseen el encanto para la pausa; las licencias poéticas. Necesitamos muchas veces alejarnos de los  locos bajitos. Ellos están en esos sitios -por suerte- sólo de paso, lo que permite, en medio de tanta confusión, recuperar parte de nuestro interior esquivo. Ese eslabón perdido de a ratos.
Hacer un alto en la investigación, salir de la Biblioteca Nacional por Agüero, cruzar en mitad de cuadra y subir los escalones, es volver a la adolescencia. Sacar de la mochila la latita de cola y las galletitas, es olvidar la lectura ilustrada y zambullirse en el recreo. El picnic tiene como telón de fondo un árbol y se llama espacio verde Leloir.
Sentada en un banco pensé en los jardines con laberintos aromáticos; transcurridos unos minutos, una pareja de chicos se acomodó a mi lado. Aspiré profundamente. Un intercambio de palabras entre mis circunstanciales compañeros me hizo volver a la realidad. La chica le ofreció un sándwich y él protestó: “No me gusta la mayonesa, ¿te cuesta tanto ponerle salsa golf?”. ¡Salsa golf!, ¿acaso la parejita sabía?
Luis Federico Leloir, nuestro Premio Nóbel de química, fue el creador de la exquisita salsa. Frecuentaba el Club de Golf de Mar del Plata y un mediodía de los años 20, pidió mariscos con mayonesa y otras salsas; mezcló mayonesa con ketchup y ya está.
Cuando volví de la evocación los chicos se habían ido.
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Imagen: Plaza Luis F. Leloir.