11 nov 2011

Los cementerios de Flores


(De Ángel O. Prignano)

La primera iglesia de San José de Flores fue levantada en un lugar cercano a la actual calle Rivera Indarte, entre Rivadavia y Cnel. Ramón L. Falcón, sobre la primitiva manzana donada por la familia Flores para tales fines. Hacia el este de aquel primitivo y precario templo se ubicó el camposanto, cuya ha­bilitación data del 2 de septiembre de 1807 en que se sepultaron los res­tos del vecino Pedro Ximénez, español nacido en Murcia. Hasta entonces el pueblo de Flores carecía de enterratorio propio y las personas que fallecían eran inhumadas indistintamente en los cementerios de La Recoleta, Piedad o Montserrat.
El constante e incontenible incremento de la población y la muy céntrica ubicación de este pequeño enterratorio motivaron que, en 1830, el gobierno or­denara su traslado a otro lugar más apartado, razón por la cual el padre Martín Boneo inició gestiones a fin de obtener tierras donde instalarlo. Para este pro­pósito, los herederos de Esteban Villanueva y de Norberto de Quirno cedieron una parcela de 38 varas de frente por 78 de fondo en la manzana comprendida por las calles que hoy conocemos con los nombres de Varela, Remedios, Culpina y Tandil. Lue­go de la construcción de algunas dependencias imprescindibles merced al apor­te del gobierno de la provincia y a los donativos de los propios vecinos, el nue­vo cementerio fue bendecido el 20 de septiembre de 1832, aunque la prime­ra inhumación había tenido lugar el día anterior, cuando recibió sepultura un militar hallado muerto por asfixia en el Bañado de Flores, según consta en la foja 187 (frente) del libro segundo de defunciones de la iglesia de San José de Flores.
El nuevo cementerio fue ampliado al doble en 1850 y posteriormente recibió los restos mortales de algunas víctimas de la batalla de Caseros. En febrero de 1856 fue sepultado el cadáver del infortunado Gerónimo Costa, fusilado por orden del Gobernador Obligado luego de su fracasado intento revolucionario. En abril de 1863 se destinó una parte para el entierro de protestantes y disidentes, aunque dos años después fue secularizado y la municipalidad local lo habilitó para todas las confesiones.
Esta segunda locación se mantuvo en la jurisdicción eclesiástica hasta 1865, año en que los cementerios fueron transferidos a la propiedad pública, aunque por algún tiempo más las partidas de defunción continuaron asentándo­se en la iglesia. Mientras tanto y como había acontecido años atrás con el anterior, el avan­ce de la urbanización sobre sectores hasta ese entonces deshabitados del pue­blo de Flores hizo que se encontrara circundado por numerosas viviendas particulares. Por ello, luego de algunos pro­yectos de trasladarlo al sur de la ciudad y a la Chacarita, se decidió habilitarlo en un área lindera al bañado del partido, sobre tierras que venía arrendando el antiguo juez de Paz Isidro Silva. Fue así, entonces, que la Municipalidad de San José de Flores dispuso la clausura del enterratorio de Varela y Re­medios a partir del 1° de enero de 1872 y resolvió destinar ese solar a la construcción de un corralón, dependencia que ha perdurado hasta nuestros días. La actual locación del Cementerio de Flores había quedado habilitada cinco años antes, cuan­do el 9 de abril de 1867 fueron sepultados los restos mortales de la niña Elena Bergallo. En un principio ocupó una pequeña superficie con frente a la ac­tual calle Balbastro, entre las líneas de prolongación de San Pedrito y Castañón.
Al poco tiempo de su inauguración, concretamente durante ese mismo 1867, los herederos de Ramón Fran­cisco Flores hicieron una presentación formal ante la comuna local solicitando la adquisición de un terreno para construir una bóveda y trasladar allí los restos del general José María Flores –hijo de Ramón Francisco Flores– y otros miembros de la familia. Ante tal pedido, el presidente de la Municipalidad propuso la donación de dicho terreno en virtud de que el fundador Flores había cedido varias parcelas de tierra en el pueblo, entre ellas las que se destinaron a plaza y corrales. Esta propuesta fue aprobada por unanimidad y se les otorgó una fracción de “tres varas de frente por tres de fondo”, que “ser­viría para los que fallecieran de sus familias”.
Luego de algunas discrepancias entre los funcionarios municipales y los herederos de Flores acerca del lugar más adecuado donde erigir la bóveda, se accedió al pedido de los Flores que pretendían tierras en la calle principal dado que se trataba del fundador del pueblo. Entonces se construyó la blanca y colonial bóveda que los visitantes pueden ver en medio del camino principal, donde finaliza el sector de bóvedas y comienza el enterratorio general. En su frontispicio se lee una fecha: 1868, y una leyenda: Aquí yacen los restos mortales de la familia de Flores, fundadores de este Pueblo.
Transcurrida una década aún existían sepulcros en la antigua necrópolis que no habían sido trasladados. Por ello, en 1879 la Municipalidad de San José de Flores otorgó a los propietarios de bóvedas y sepulturas del ce­menterio viejo un plazo de noventa días a partir del 2 de junio de ese año pa­ra exhumar y trasladar los restos que ellos contuvieran “bajo apercibimiento que de no hacerlo así se procederá por la Municipalidad á hacer dicha exhumación y á depositar los restos en el osario general”. Lo hizo a través de avisos publicados en El Nacional y en poco tiempo se completó el traslado.
El cementerio carecía de oratorio, razón por la cual el sacerdote católico decía el responso al pie de la sepultura. La capilla recién fue inaugurada el 1° de noviembre de 1890, Día de Todos los Santos. A partir de entonces, el servicio se cumple en la capilla, que a partir de la construcción del peristilo, en los primeros años de la década de 1910, quedó integrada a la misma estructura, a la izquierda del portal.
La comunidad israelita, por su parte, a comienzos del siglo XX arrendó toda la sección sexta del nuevo cementerio. Lo ocupó entre 1900 y 1935. Así, en distintas jornadas del año sus ministros religiosos permanecían las veinticuatro horas del día en ese sector oficiando el ritual de los muertos. Cabe aclarar, si embargo, que la sociedad israelita Katscha se había presentado a la Municipalidad a mediados de 1903 para explicar una solicitud girada con anterioridad a esa fecha, dado que había generado ciertas confusiones. Aclaraba que ofrecían un terreno anexo al cementerio de Flores para que fuera destinado a un cementerio judío y pedía como única compensación que se le cobrara la mitad del precio de las sepulturas en ese recinto. Katscha tenía ramificaciones en todo el mundo y estaba compuesta en su mayor parte por gente trabajadora. “El propósito de la propuesta no se inspira en ningún negocio” y el “fin que persigue la sociedad es proveer de sepultura a sus asociados, dentro de las condiciones de su ley religiosa”, argumentaban sus directivos. Es sabido que ser sepultados en un cementerio propio es para los israelitas una obligación ineludible, por lo que en el caso de que el pedido no fuera atendido, la Katscha anunció que establecería su enterratorio en la provincia de Buenos Aires, cosa que al final ocurrió.
La Municipalidad de Buenos Aires adquirió, en 1903, una fracción de terreno a efec­tos de ocuparlas en la ampliación del cementerio, aunque recién al finalizar esa década encaró algunos estudios y proyectos de nivelación de tierras pa­ra ese fin. En 1910 se creó la Dirección General de Cementerios que tuvo como prin­cipal objetivo la centralización y reorganización de los servicios. En el tras­curso de ese año hubo escasez de espacio para nuevas sepulturas en Flores, por lo que fue necesario habilitar parte de las secciones destinadas a bóvedas para inhumaciones en tierra. Al año siguiente seguían los mismos problemas y debió avanzarse sobre algunas calles interiores, pues de otro modo no hubiera sido posible enterrar todos los cadáveres que ingresaban a diario. Además no se contaba con hornos crematorios, carencia que obligaba a ocupar tierras en la inhumación gratuita de los pobres fallecidos en los hospitales. Urgía, entonces, solucionar estos inconvenientes con el terraplenado y anexión de la totalidad de los terrenos que se habían adquirido a tal fin. Pero esa tarea se dilataba. La crítica situación, sin embargo, se vio atenuada con la construcción de nichos contra el muro de la calle Balbastro, lo que permitió desocupar 5.305 sepulturas que fueron destinadas a nuevas inhumaciones. Poco tiempo después se procedió a tomar parte de los terrenos adquiridos para ampliar la zona de enterramientos y se concretó la construcción del peristilo sobre la misma calle Balbastro, el mismo que puede apreciarse en estos días.
Con todo se seguían utilizando las sendas interiores para las inhumaciones, por lo que pronto gran parte de esos caminos quedaron ocupados con nuevas sepulturas. Durante 1912 se procedió a abovedar las calles no afectadas y se construyeron cunetas para facilitar su desagüe. Los caminos principales, asimismo, fueron adornados con jardines y se proveyeron seis columnas surtidoras de agua y otros servicios complementarios. Cinco años más tarde se encaró la forestación integral del cementerio, plantándose 310 ejemplares de distintas variedades de árboles. Mientras tanto, los terrenos adquiridos para su ensanche seguían sin aplicarse en su totalidad a esos fines, por lo que en 1926 se trató de paliar el déficit de tierras con la construcción de “200 nichos para cadáveres y 1.000 urnas” a un costo de treinta mil y ochenta mil pesos moneda nacional, respectivamente. Durante ese año se hicieron 2.324 inhumaciones. Al promediar la década del ‘30 se llevaron a cabo, por fin, algunos trabajos de cierta envergadura para ocupar definitivamente las tierras aledañas. Tales obras demandaron de la Municipalidad una erogación superior a los seiscientos treinta y dos mil pesos moneda nacional.
Otro serio problema era la falta de un cerco perimetral adecuado y duradero que reemplazase al precario y en muchas partes seccionado alambre tejido existente. Esta carencia motivaba las continuas quejas del vecindario –cada vez más numeroso– que debía presenciar a diario el triste espectáculo de las inhumaciones y el ingreso de animales que deambulaban entre las sepulturas pastando en total libertad. Las autoridades comunales tomaron cartas en el asunto, pero recién en 1941 se llegó a una solución definitiva cuando el Departamento Ejecutivo autorizó al Ente Autónomo de Industria Municipal la iniciación de diversas obras, entre ellas un cerco perimetral de mampostería en los terrenos comprendidos por las calles Varela, Balbastro, Lafuente y Castañares. También en 1941 se estableció ¡la censura previa a las leyendas recordatorias que los familiares de los difuntos colocaban en sus sepulcros! Un decreto municipal de ese año dispuso que “toda inscripción en monumentos, panteones o placas de homenajes deberá previamente ser autorizada por la Dirección de Cementerios”.
Hacia fines de la década siguiente se concluyó una monumental obra: el Gran Panteón que ocupó el lugar de una laguna, en las proximidades de Varela y Castañares. Esta obra fue realizada por la empresa de construcciones Seminara SRL e inaugurada en 1958. El solar había sido donado en 1937 por la Intendencia Municipal a la Asociación de Fomento de San José de Flores, junto con otro situado en el lugar que hoy ocupa la plaza Francisco Sicardi, para que construyera allí un polígono de tiro, pero todo quedó en la nada. Años más tarde se encararon estudios para la construcción de un nuevo muro en sectores próximos a este Gran Panteón, la playa de estacionamiento, el portón de acceso a dicha playa que se ubicó en Balbastro y Varela, la casilla para vigilancia y diversos senderos de los alrededores. Ello demandó la elaboración de un proyecto presupuestado en diez millones cuatrocientos mil pesos. Al mismo tiempo se previó la construcción del Osario General a un costo de dos millones de pesos. Además se hizo necesario atender otras obras, algunas de importancia relacionadas sobre todo con el sector de nichos mencionado más arriba. Los contratistas Lasta y Lejarraga, entre tanto, se encargaron de la pavimentación de senderos y la construcción de desagües en el sector de sepulturas de niños. A fines de 1963 llevaban realizados el treinta por ciento de esos trabajos y al año siguiente los concluyeron.
Ya en épocas más recientes se concretó la última ampliación. Un sector ubicado hacia el norte, calle Balbastro de por medio, fue habilitado oficialmente el 1° de octubre de 1979 como Cementerio Parque. La primera inhumación correspondió a los restos de la señora Rosa Guida de Gnocchi. Este ensanche fue objetado por la población del Bajo Flores, que consideraba más lógico su expansión hacia el sur, sobre zonas recuperadas de los antiguos bañados. No obstante, a partir de entonces todo esa parcela se viene cubriendo paulatinamente con nuevas sepulturas. Una vez consumada tal ampliación, el tramo de Balbastro entre Lafuente y la plaza Francisco Sicardi quedó en el interior del cementerio, con lo que el tránsito público en ese sector queda clausurado cuando cierra sus puertas. En consecuencia, desde dicha plaza fue abierta otra arteria que en amplia curva bordea el paredón del cementerio parque y desemboca en Lafuente, entre Velázquez y Balbastro. A principios de la década del ‘90, el Cementerio de Flores ocupaba una superficie de 17 hectáreas con 30.190 sepulturas, 882 bóvedas, 16 panteones, 156.703 nichos para ataúdes y 83.552 nichos para restos. Pero, como ha quedado dicho, en años posteriores fue ampliada la zona de inhumaciones en el llamado cementerio parque, por lo que un registro actualizado deberá incrementar necesariamente el número de sepulturas.

BÓVEDAS Y PANTEONES

Un cuidadoso recorrido por el sector de bóvedas y nichos nos dio material para confeccionar una lista con los nombres de algunas antiguas y notorias familias de Buenos Aires y del viejo Partido de San José de Flores. A la ya nombrada bóveda de los Flores, se agregaron las de las familias de Antonio Terrero, Juan Nepomuceno Márquez, Montarcé, Aranguren (con los restos del doctor Juan F. Aranguren, primer director del hospital Álvarez), Melián Blanco (donde descansan los huesos de José Antonio Melián, militar que combatió durante las Invasiones Inglesas y en las guerra de la Independencia), Romero Bilbao (con el sepulcro del historiador Manuel Bilbao), Cambiasso (con los restos de Juan y Antonio Cambiasso, propietarios de tierras en lo que hoy es Villa del Parque), Mercante (donde descansan los restos del Cnel. Domingo A. Mercante, gobernador de la provincia de Buenos Aires durante el período 1946-52), Francisco Santojanni (donante del hospital que lleva su nombre), Agustín Méndez (concesionario del primer servicio de tranvías a caballo de Buenos Aires junto a sus hermanos Teófilo y Nicanor), Manuel B. Bahía (ex rector del Colegio Nacional de Buenos Aires), Rómulo D. Carbia (primer historiador de Flores con su libro “Bosquejo Histórico de San José de Flores” publicado en 1906), Martín Farías (juez de Paz de San José de Flores entre 1829 y 1831), Juan Guereño (iniciador de una tradicional casa jabonera) y Próspero Pángaro (comerciante e industrial vitivinícola).
En sendas modernas bóvedas sin identificación exterior fueron depositados los restos del pintor Tomás Ditaranto y los de la educadora Ángela S. de Muscio, benefactora de escuelas, entre ellas la Nº 18 del Distrito Escolar XI (Lautaro 1440). La Asociación Cooperadora de este establecimiento educativo lleva su nombre. Asimismo, poseen bóvedas en este cementerio las siguientes comunidades y congregaciones religiosas: Hijas de La Misericordia, Hermanitas de la Asunción, Instituto del Buen Pastor, Comunidad de P. F. Capuchinos, Misioneros y Cofradía del Inmaculado Corazón de María, Congregación de Hermanas Trinitarias de Madrid, Hermanas Oblatas de S. S. Redentor, Religiosas de la Sagrada Familia y Comunidad de La Visitación. Una muy pequeña y antigua, situada entre otras más grandes y suntuosas, es la que alberga los restos del doctor Manuel Vicente Soriano, considerado el primer médico de San José de Flores. Se había establecido en 1835, cuando Flores era un pequeño pueblo de campaña.
Entre los panteones merecen destacarse el de la Sociedad Española de Socorros Mutuos, habilitado en mayo de 1901, el de la Sociedad Italiana La Providenza, inaugurado el 25 de abril de 1904, el del Círculo y Escuela de Obreros San José de Flores, el de la Sociedad Juventud de Flores, de 1916, el de La Recíproca, perteneciente al personal de Obras Sanitarias de la Nación, y el Panteón Naval. Hasta no hace mucho tiempo, aún se mantenían en pie los sepulcros de Isidro Silva, juez de Paz de San José de Flores entre 1848 y 1852, de la familia Silveira, ganaderos y antiguos vecinos de Flores que poseyeron tierras en lo que ahora es el barrio de Flores, y la familia de Antonio Millán. Estas bóvedas, lamentablemente, fueron vendidas y luego demolidas para construir otras en su lugar.
En la sección quinta del enterratorio general se encuentra el monumento erigido en memoria del doctor Edelmiro R. Franco, “el médico de los pobres”, que ofrendó su vida para salvar la de un niño en el bañado. En el sector de nichos de Balbastro y la línea de continuación de San Pedrito, entre tanto, el que lleva el Nº 5235 corresponde al payador Gabino Ezeiza, fallecido el 12 de octubre de 1916.
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Imagen: Pórtico del Cementerio de Flores.