6 sept 2011

Historia de la Confitería “Richmond”


(De Victor Hugo Alvarez)

La Confitería “Richmond” es una parte de la calle Florida. Y como sucede en estos casos, la parte suele contener el reflejo de la memoria genética del todo. La historia de la “Richmond” está asociada a la calle Florida, a su estilo, a la gente, y la historia de la calle Florida sería muy otra si no hubiera habido una “Richmond” con sus debates políticos, con sus grupos literarios, con sus five o’clock teas de nobles señoras, con sus ilustres parroquianos.

DE CÓMO FLORIDA HACE EL ESTILO DE LA “RICHMOND
Lejos hubiese estado de imaginar Ana Díaz, la única mujer que acompañó a  Garay en la segunda fundación de Bueno Aires, que el solar que el adelantado le asignaba, el número 87, iba a definir el recorrido de la futura calle Florida. Era un predio anegadizo, cruzado por zanjones que lindaba con el de Juan Martín –llegados ambos de Asunción– que poco tiempo después se convertiría en su marido y los dos, en la primera pareja casada en la nueva ciudad.
Florida estaba incluida en una de las dos primigenias parroquias en que se dividió el ejido urbano: la de San Nicolás –la otra era la de Montserrat– que había tomado su nombre de la iglesia construida por el devoto señor Domingo de Acassuso, militar y luego comerciante, en la manzana comprendida por las calles Corrientes, Cerrito, Lavalle y Carlos Pellegrini. El lugar donde se izó por primera vez la enseña patria en la ciudad y que luego fue demolida para dar lugar al Obelisco.
Por Florida intentaron ingresar a la ciudad los invasores ingleses, y fueron rechazados; sobre Florida estaba la mansión de Mariquita Sánchez de Thompson donde se interpretó por primera vez la Canción patriótica de Vicente López y Planes y  el comandante José de San Martín conoció a la joven Remedios de Escalada; por Florida desfiló el general Urquiza junto con su ejército luego de vencer en Caseros; por Florida festejaban las comparsas y nacía el carnaval.
También en Florida estaban los bancos y las grandes tiendas. Era el paseo obligado de los porteños, tanto que generó un verbo:”floridear”.
Su cosmopolitismo, su estilo afrancesado, los sesudos debates que se producían en sus cafés y los despreocupados paseos de compras hicieron de la calle Florida objeto y musa de varias generaciones de literatos que tan bien describe Delfín L. Garasa en sus Paseos literarios por Buenos Aires.
Dice Garasa: “Ese afrancesamiento de Florida ya fue señalado por un viajero francés, Xavier Marmier: ‘Entramos por la calle Perú (así se llamaba a la sazón nuestra calle). A la derecha e izquierda no veréis sino el lujo de las invenciones de nuestro país: mueblerías, joyerías, peinadores. He aquí las últimas sedas llegadas de Lyon, las cintas flamantes de Saint Etienne, las más recientes formas de corpiños y sombreros. Una joven prepara, detrás de esta ventana enrejada, una guirnalda de flores artificiales que figuraría muy honorablemente en un salón del barrio de Saint Germain, un sastre aplica a los vidrios de su tienda el nuevo figurín del Journal des Modes, que ha recibido ayer por el paquebote del Havre y delante del cual se  detendrán los elegantes. Un librero ordena metódicamente en sus anaqueles una colección de volúmenes. Se lo pondría en gran aprieto si se le pidiese las obras de Garcilaso de la Vega o de algunos historiadores de España; pero allí está pronto a proporcionarnos las novelas de Dumas, de Sandeau, y las poesías de Alfred de Musset’”(1).
En la novela de Carlos M. Ocantos León Zaldivar, nos cuenta Garasa, dice que “…salir a dar una vuelta por Florida era reglamentario. Para su protagonista, estos paseos casi rituales eran los únicos hitos destacables en el uniforme fluir de sus días… En La Ginesa, Gaspar Tejera es un ocioso, cuya única ocupación es pavonearse por Florida, ‘escenario de la típica ociosidad’, almorzar, saludar a las ‘infaltables menganitas’ y charlar con algún amigo casual’”(2).
Otros autores prefirieron las miradas un poco mórbidas de la otra cara de Florida.
“Mario Arredondo, en sus abruptos Croquis bonaerenses, se demora en la calle Florida hasta entrada la noche, hasta la hora en que va feneciendo su abigarrada estridencia y su ámbito se puebla de indefinida tristeza. De pronto, entre nubes de polvo, como en una visión de pesadilla, aparecen carros de basura, seguidos por un ejército de barrenderos blandiendo escobillones. Los comanda un capataz a caballo, de cara invisible bajo un sombrerón de alas caídas, que empuña un grueso rebenque” (3).
La literatura no se olvidó de las personas importantes que recorrieron Florida –Pellegrini, Sáenz Peña, Sarmiento, Urquiza– ni de los personajes pintorescos –Antonio Giglio, el “saludador” recordado por Victoria Ocampo  parado en la puerta del Jockey Club saludando a todas las señoritas que pasaban por allí– o el Payo Roqué que parasitaba en los bares descansando en la fama que alguna incomprobable hazaña militar le proporcionaba. Tampoco lo hizo con sus lugares: la librería de Moen, casi en la esquina con Sarmiento, donde era considerado un honor el que un autor tuviese su libro exhibido en la vidriera, o la Galería Güemes, cuya cúpula ejerce tan peculiar fascinación en el personaje de “El otro cielo” de Julio Cortázar. Y, por supuesto, la Confitería “Richmond”.
DE CÓMO LA “RICHMOND” HACE A LA HISTORIA DE FLORIDA
El 17 de noviembre de 1917 abre sus puertas en Florida 468 la “Richmond”, hermana rica de otras dos confiterías homónimas, una ubicada sobre Esmeralda, frecuentada por gente de medio pelo, según Leónidas Barletta, y otra sobre Suipacha, reducto de “burreros” según el mismo autor.
En un edificio proyectado por el arquitecto belga Julio Dormal, el mismo que concluyó el Teatro Colón, y que, según la página web de la confitería “es uno de los inmuebles más bellos de los existentes de este tipo en Buenos Aires”, se instalaron sus sillas y sillones estilo Chesterfield tapizados en cuero, sus mesitas Thonet y sus arañas de bronce y opalina traídas especialmente de Holanda. Su elegante boiserie de roble de Eslavonia, los cuadros en sus paredes y el encasetonado de su techo, alternando paños de madera y espejos, terminan de definir el estilo inglés que la caracteriza.
 Sobre su trabajado mostrador de madera suelen exhibirse delicias de la pastelería de la casa: el lemon pie, la tarte tatin y la célebre torta Richmond, con base de bizcochuelo de chocolate, mousse, relleno de frutillas y cobertura de crema Chantilly. Un verdadero aporte de la confitería a la gastronomía porteña.
El New York Times llegó a publicar, el 18 de enero de 1998, un artículo destacando la tradición de la “Richmond” en Buenos Aires y de su cuidada producción gastronómica.
Pero no solamente la “Richmod” se destacó en sus aspectos sociales y culinarios.
En febrero de 1924 apareció en Buenos Aires el periódico quincenal de arte y crítica  Martín Fierro que identificó al grupo literario de Florida. La publicación tuvo un muy importante papel en la difusión de escuelas vanguardistas de arte y literatura. Ella fue la que dio a conocer al público argentino, y muchas veces al americano, a autores como Apollinaire, Valery Larbaud, Jean Cocteau, Alfred Jarry y Ramón Gómez de la Serna. En el número 8/9, Martín Fierro indicaba los lugares habituales de reunión de sus redactores: los lunes a las 20 horas en la “Richmond” de Florida, de martes a viernes de 17 a 19 horas en el Salón Witcomb, luego de esa hora, en la “Richmond”.
Apelando nuevamente a la elocuencia de Garasa: “En 1924 apareció la revista Martín Fierro, la cual dará rumbo y sentido a la búsqueda expresiva de una generación de grandes escritores. Sus redactores, caracterizados por su ímpetu agresivo e iconoclasta, arremetieron contra figuras y estilos que presentaban el talón de Aquiles de su consagración. La idea de exhumar, con otros alcances, el viejo y fugaz periódico Martín Fierro, partió de Samuel Glusberg (Enrique Espinosa), director de la editorial Babel, y de Evar Méndez. Durante meses y meses, reunidos en la “Richmond” de Florida y en “La Cosechera”, barajaron propósitos y directivas. Por fin, la revista vio la luz y declaró enfáticamente su finalidad de “abollar cráneos vacíos que brillan al sol, hacer sus reservas ante el pliegue de una frente consagrada, abrirse paso sin miedo ni vacilaciones hasta el mismo centro de la feria cotidiana”. Pertenecieron a ella, además de los del gupo Proa (Güiraldes, Borges, etc.), Oliverio Girondo, Pablo Rojas Paz, Leopoldo Marechal, Ernesto Palacio, Conrado Nalé Roxlo, Francisco Luis Bernardez, Córdova Iturburu y la presencia tutelar de Macedonio Fernández.”(4).
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Bibliografía:
•Garasa, Delfín L. Paseos literarios por Buenos Aires. Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires. Bs. As., 1981.
•Bossio, Jorge A. Los cafés de Buenos Aires. Ed. Schapire. Bs.As., 1968.
•Suárez, Ana. Cafés de Buenos Aires. Comisión de protección de cafés, bares, billares y confiterías notables de la Ciudad de Buenos Aires. Ba.As., 2003.
•Cutolo, Vicente. Historia de los barrios de Buenos Aires. Ed. Elche. Bs.As.1998.
•Llanes, Ricardo. Historia de la calle Florida. Consejo Deliberante. Bs. As. 1976.
(Fuente:Nuestro Patrimonio-Un blog de la CPPHC de Buenos Aires)

Imagen: Interior de la confitería “Richmond” en sus primeros y esplendorosos años.
La nota y la fotografía fueron tomadas de la página buenosairessos.com.ar