2 jun 2011

Charles de Soussens y la bohemia porteña de 1900


(De Diego Ruiz)

Este cronista desconocía la razón del cierre del café de Los Inmortales en 1916, forzando a la variada fauna de poetas, músicos, dramaturgos, actores, mirones y pedigüeños que lo frecuentaba a buscar otros rumbos, pero como no es de quedarse en las dudas ni de arrear con la guacha, comenzó una serie de sesudas averiguaciones en oscuros, polvorientos y más o menos secretos repositorios para dar con la respuesta. La solución del misterio no estaba lejos, sino detrás del mostrador: resulta que el gerente, factótum y benefactor de poetas famélicos, León Desbernats, había sentido latir en sus venas la sangre de Vercingétorix al estallar la guerra en 1914 y no tuvo mejor idea que volverse a Francia como voluntario. Y aunque sobrevivió al matadero –y a la Segunda Guerra Mundial, pues falleció en 1965– el café ya no fue el mismo sin don León, decidiendo el propietario tomar otros rumbos comerciales.
Andaba el cronista en estas pesquisas, siguiendo el rumbo que tomaron Los Inmortales sobrevivientes, cuando reparó que había mencionado al “Royal Keller” y la fundación de la revista Martín Fierro, en la que una nueva generación literaria y artística se abriría paso en la década de 1920 dando origen al llamado “grupo de Florida” que andaría a la greña con los otros muchachos, los “de Boedo”. Allí se dio cuenta este cronista, de que se había adelantado porque en el cruce del siglo XIX con el XX la vida intelectual porteña giraba alrededor de Rubén Darío y ahí andaban los jóvenes José Ingenieros, Leopoldo Lugones, Roberto J. Payró, Belisario Roldán, Carriego y Florencio Sánchez, y tantos otros hoy justa o injustamente olvidados. Y si bien algunos murieron jóvenes, otros alcanzaron a esa siguiente generación como referentes, guías, o, simplemente, el blanco contra el cual disparar (porque toda vanguardia, en realidad, se rebela contra sus antecesores, es un acto de necesario parricidio). Llegaron Lugones y Manuel Gálvez, a quienes los martinfierristas no apreciaron demasiado, pero también Macedonio Fernández, Ricardo Rojas y, curiosamente, el más viejo de los cofrades de Darío, el personaje que encarnó junto con el payo Roqué –salvando las distancias– a la bohemia del 1900: Charles de Soussens, refinado poeta, insigne curdela y el más temible manguero de su tiempo.
Así como algunos de los más insignes porteños nacieron en otras latitudes –ahí están el cordobés Roqué, el santiagueño Manzi, los italianos Corsini y Centeya e infinidad de uruguayos, por no hablar del francés Gardel–, Soussens había nacido en la suiza Friburgo en 1865. Su padre, el gascón Jean Mamert, se había instalado como director del periódico católico L'Ami du Peuple y, bien vinculado en su patria, mantenía una tertulia a la que concurrían personalidades como Zola, Verdi y Gounod. Soussens siempre afirmaba que el mismísimo Víctor Hugo, en una oportunidad, le había besado la frente y dicho “tú serás poeta”, lo que había consagrado su vocación. Verdad o leyenda, lo cierto es que el muchacho de excelente familia pronto mostraría la hilacha, pues tras recibir una excelente educación y obtener cátedras de francés en un exclusivo College de Londres, se instaló en París a los veinte años y en 1888 no tuvo mejor idea que embarcarse para Buenos Aires siguiendo a una artista de music-hall, a una bataclana, bah... Instalados en La Plata, su amante murió al año siguiente y Soussens, desesperado, se pegó un tiro que sólo lo hirió. ¿Gesto romántico, tan de la época, o rasgo de una sensibilidad desmedida que anunciaba futuros desmadres? Nunca lo sabremos, pero nuestro personaje, con su tragedia a cuestas, debió buscar algún medio para mantener unidos cuerpo y alma, obteniendo un conchabo en el Consejo Nacional de Educación –donde también trabajarán, más tarde, tanto Lugones como Enrique Cadícamo– por recomendación del poeta Carlos Guido Spano a cuyas tertulias concurría, según relata el principal, si no único, biógrafo de Soussens: Lysardo Z. D. Galtier.
La cosa iba bien. Todos los días concurría al Consejo, ubicado entonces en el edificio que aún se conserva en la esquina sudeste de Esmeralda y Sarmiento, y actuaba como secretario de su Presidente, Benjamín Zorrilla, y como traductor. Pero el 26 de julio de 1890 estalla la revolución del Parque, Soussens abandona su puesto y corre a enrolarse con los sublevados... No nos extrañemos. Gran parte de la juventud de la época, de muy diferentes orígenes, hizo lo mismo: ahí estaban Roberto J. Payró, de 23 años, que dejó a su familia en una estancia y abandonó su periódico en Bahía Blanca; Alberto Ghiraldo, de tan sólo 16; el médico Juan B. Justo, de 25, y el estudiante de medicina Nicolás Repetto, de 19.
Así pues Soussens se bate en los cantones, vestido de frac y guantes blancos como un personaje de Balzac, y conquista los galones de teniente que pronto le servirán para remediar una injusticia. Resulta que una partida había capturado, en las proximidades del Parque, a un sujeto públicamente conocido como muy afín al gobierno. Acusado de espionaje, fue atado a una rueda de cañón con un centinela a la vista que no encontró mejor entretenimiento para sus ocios que pincharlo de vez en cuando con la bayoneta. Soussens, que conocía al prisionero, acudió en su defensa al jefe revolucionario, el general Manuel J. Campos, pero al no recibirlo éste recurrió al jefe del cuartel que no era otro que Martín Yrigoyen –hermano de don Hipólito– y obtuvo su libertad. El cautivo, que no era otro que el payo Roqué, se acomodó la chistera y puso prudente distancia de los cantones palpándose las posaderas y otros rincones de su humanidad injuriados por el acero.
Como todo termina, también lo hizo la revolución y Soussens se presentó a su jefe del Consejo con la renuncia firmada, a la que Zorrilla respondió con un “no embrome, amigo, que tenemos mucho que hacer”. Y así era, pues al siguiente año obtiene por concurso sendas cátedras de francés en dos colegios de Monserrat: las entonces Escuela Superior de Varones Nº 10, ubicada en México 1629 y Nº 11, de Lorea (hoy Luis Sáez Peña) 463. Quizás haya sido este período el más estable de la vida de Soussens: con trabajo regular, participa en la fundación de El Ateneo, inspirado por Rafael Obligado, donde se relaciona con escritores y ensaya sus primeros pininos literarios.
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Imagen: Charles de Soussens, dibujo a pluma de Aarón Bilis (1913).
La nota y el material que la ilustra fueron tomados del periódico Desde Boedo.