16 may 2011

Zen para el café. Instrucciones


(De Laura Martin)

Si decidís tomar un café, debés estar atento a estas instrucciones, y descubrirás dentro de tu mundo cotidiano, otro más amplio, que se abre a tu experiencia.
A medida que tomás conciencia de que te acercás al café, tendrás que reducir el ritmo de tus pasos, de manera que se haga más lento tu caminar para prepararte a vivir un momento con vos mismo.
La vida rápida en la que estamos inmersos nos aleja de nuestra presencia.
Agudizá tus sentidos, sentí el aire de la calle, los ruidos de los autos…, y si podés afinar un poco más tu oído, intentá descubrir el canto de algún pájaro que muchas veces no es audible ante los sonidos estridentes de los bocinazos.
Date cuenta que estás empezando a estar con vos, a sentirte, a percibir tus sensaciones a medida que vas caminando.
Una vez que hayas llegado al café, abrí la puerta lentamente, observá el ámbito y detenete…: no te apresurés a sentarte.
Mirá las mesas; no actués automáticamente, dejá que alguna te atraiga de manera especial; puede ser esa a la que sos habitué,  u otra a la que nunca te sentaste. Recordá que estás empezando a abrirte a tus deseos, a estar presente, a escuchar tu voz interior.
Una vez que hayas elegido tu mesa, sentate despacio y comenzá a percibir los movimientos que hacés hasta sentir el contacto de la silla con tu cuerpo. Porque no es lo mismo dejarte caer en la silla que seguir el proceso de sentarse: apoyar tu columna contra el respaldo, entregar tu peso a la silla, y soltar tus tensiones.
Ya estás en tu mesa: tocala, observá sus vetas, sentí la rugosidad de la madera, respirá su olor y quedate unos instantes sintiendo cómo se despliegan tus sentidos. Esto te conectará con tu cuerpo, que siempre está en el presente, que te permitirá disfrutar del momento sin las interferencias del pensamiento, que te llevan al pasado o al futuro: las discusiones de ayer o los informes que hoy deberás entregar, por ejemplo.
No olvidés que se trata de aprender a estar con vos. Y sólo podrás hacerlo si estás presente, cosa difícil de lograr, pues todo nos aleja o nos distrae del aquí y ahora. Recién entonces pedí tu café al mozo; fijate como percibís su presencia, si descubrís su estado de ánimo, si hacés contacto con su mirada, si nace en vos una empatía que enriquecerá la relación que se da en ese instante. No olvidés que al aprender a estar con el otro, aun circunstancialmente, estás aprendiendo a estar con vos mismo. Porque el otro es el espejo donde puedo mirarme.
Mientras esperás tu café conectate con tu espacio interior. ¿Cómo te sentís? ¿Podrías respondértelo? Si no aparece una respuesta no te preocupés; esto necesita tiempo y práctica y ya llegará el momento.
Si aparecen pensamientos o preocupaciones no te enganchés con ellos, dejalos pasar; si te cuesta, abrite a lo que tus sentidos están percibiendo: el murmullo de la gente, el entrechocar de las tazas, el agua que corre, las voces de pedido… etcétera.
Ensayá a escucharte, agudizá el oído a las nuevas palabras que están naciendo. Intentá pensar con todo el cuerpo, no dejés que sólo la mente esté al mando. Tu cuerpo tiene una sabiduría propia mediante la cual se expresa: ese es el nuevo idioma que debés descubrir. Imagínate como un radar de tu experiencia interna.
Si te sentaste junto a la ventana, primero vé al encuentro de cuanto te llega de afuera; luego volvete receptivo para que los objetos entren en tu campo visual: no vayas a su encuentro, dejá que ellos lleguen hasta vos. Sentirás como tus ojos se relajan.
Cuando el pocillo esté en tu mesa tocalo, sentí la tibieza entre tus manos, recordá que todo el presente está en ese acto. Saboreá el gusto del café. Seguramente tomaste muchos cafés en tu vida, pero hoy decidiste estar atento a éste, como si fuera el primero. Degustalo lentamente, sentí cómo te envuelve su calidez, y cómo todo contribuye a crear ese espacio de cercanía con vos mismo. 
Y ahora pensá: no estás leyendo el diario, ni haciendo las cuentas de tu casa, ni programando tus actividades laborales; estás sin hacer nada. Esto podría ser una experiencia inédita en tu vida. Y este tiempo de ocio convertirse en el regalo de estar plenamente presente.
Llegó el momento de irte: ¿notás algún cambio en tu cuerpo con respecto a cuando llegaste?, ¿estás más relajado?, ¿esta pequeña meditación te permitió enriquecer tu vivencia, tu estar en el café? Si todavía no ocurre no es para desanimarte: recién estás empezando una nueva manera de habitar tus lugares elegidos.
No salgás apurado, hacerlo con lentitud te permitirá salir completamente, con toda tu conciencia puesta en esta pequeña despedida. Al salir del café, entrá a la calle, no olvidés llevarte con vos; no debés quedarte apegado a tu experiencia anterior: la calle te propondrá nuevas vivencias.
Si podés sostener la atención en el presente te darás cuenta que algo cambió en vos. Al mirar lo que te rodea tal vez descubras que todo tiene más intensidad, ya que la mente no interfiere en la percepción de los detalles.
En lo personal, hace tiempo que el café se convirtió en mi dojo -mi lugar de meditación- en el cual practico el difícil arte del estar presente. La vida es una práctica constante para estar cada vez más cerca de ser nosotros mismos.
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Imagen: Café "La Poesía" (circa 1983). Fotografía de Horacio Clemente.