3 abr 2011

Héroe y cantor


(De Haydée Breslav)

Cuando muere un cantor suele nacer un sueño
y en algún mar lejano
se desploma un albatros.
Raúl González Tuñón

Los que someten a los pueblos intentan imponerles también sus héroes. Cuando los pueblos los ignoran o rechazan para consagrar a los propios, éstos suelen ser rebeldes, proscriptos, bandidos… o cantores. En Buenos Aires, muchos han sido los generales y políticos que las clases dominantes pretendieron hacer prevalecer; de ello da testimonio el gran número de monumentos erigidos en plazas y paseos. De vez en cuando, alguna de esas estatuas recibe el dudoso homenaje del escrache; otras, ni siquiera eso. En cambio, el apellido del Cantor se ha vuelto antonomástico.
Como sucede con todo héroe, hubo quienes vinieron antes que él, y lo anunciaron; un multitudinario coro de voces anónimas fue preludiando por años la aparición de la Voz. Sarmiento sabía, y así lo hace constar en el Facundo, que “el pueblo argentino es poeta por carácter, por naturaleza”, y añade: “También nuestro pueblo es músico. Esta es una predisposición nacional que todos los vecinos le reconocen”. Párrafos después señala, en su particular estilo, que “estas dos artes que embellecen la vida civilizada y dan desahogo a tantas pasiones generosas, están honradas y favorecidas por las masas mismas que ensayan su áspera musa en composiciones líricas y poéticas”. Y vaticina: “Del centro de estas costumbres y gustos generales se levantan especialidades notables, que un día embellecerán y darán un tinte original al drama y al romance nacional”.
Entre esos precursores llegó a haberlos célebres, como Gabino Ezeiza, y legendarios, como Santos Vega; y no siempre se recuerda que también era cantor Martín Fierro. Pero acaso estuvieran demasiado apegados a la tierra, demasiado integrados a la tradición de la vida rústica… Porque los héroes nacen en comarca ultramarina, de madre mortal y padre desconocido (es un dios quien los engendra); poco y nada se conoce de su infancia y adolescencia; describen una trayectoria brillante e intensa; gozan del triunfo y el reconocimiento; en su plenitud, mueren trágicamente durante el solsticio de verano (Medellín está en el hemisferio norte).
O acaso, como sostenía Oscar García, su advenimiento debía coincidir con el del disco y el cine, para que el mito tuviera un sustento real y sólido. Al respecto, escribió Oscar: “Gardel grabó y filmó; por lo tanto, se puede evaluar considerando factores de orden técnico sin necesidad de recurrir al tan traído y llevado 'gusto personal' […]. Si nos remitimos a la técnica, es preciso señalar que su voz era voluminosa y rica en armónicos; su color, inimitable; su fiato no ha podido ser igualado […]. La amplitud de su registro le permitió realizar verdaderas proezas, como en el caso de Cuando tú no estás o el admirable salto de séptima de La mariposa, por ejemplo. En cuanto a su calidad interpretativa, le hizo dar a cada letra el exacto mensaje, trágico, dramático, romántico o humorístico, que había pergeñado el autor. […] Técnicamente indiscutible, pudo haber sido un cantante de cámara, pero eligió ser el cantor del
 pueblo”.
Como a todo héroe, no le faltaron detractores. Uno de los primeros, el fascista monseñor Gustavo J. Franceschi, lo describió en 1936 como “un héroe que encarnaba extraordinariamente su ideal de inmoralidad… No se olvide que el amoralismo simbolizado por un Gardel cualquiera es anarquía en el sentido más exacto de la palabra”. Curiosamente, estas apreciaciones coinciden con otras, surgidas en los 60, de sectores supuestamente progresistas, que se complacían en atribuir al Cantor –sin prueba alguna– un variado prontuario.
Precisamente a partir de los 60, algunos, en un intento por alcanzar notoriedad, plantearon dudas sobre la sexualidad del Cantor, burdo ad hóminem que no roza su voz, en la cual, según Ulyses Petit de Murat, “latía una vida fangosa, carnal. Tenía la belleza salvaje de los sementales cuando los largan, con los belfos húmedos, contra las yeguas temblorosas”.
Otros lo condenaron ideológicamente en nombre de cierto seudoprogresismo, demostrando en realidad un empecinado desconocimiento de su discografía, que incluye muchísimos temas que denuncian y condenan la explotación, el hambre, la guerra, la miseria, la exclusión, el sistema judicial, las leyes represivas, los dogmas, la situación que empuja a la mujer a la prostitución, el drama de la inmigración y otros males que aquejan a los pobres.
“Es indudable”, escribió en ese sentido Oscar García, “que elegir entre lo pintoresco o lo colorido y lo testimonial no fue casual, sino deliberado; porque el gran cantor sentía como propias todas las miserias de sus contemporáneos. ¿Acaso los autores que le arrimaban letras no eran en su mayoría proletarios? Y precisamente, el éxito de esos tangos radicó en que el pueblo se veía reflejado en ellos”.
Quienes seguramente no desconocían esos temas eran los alcahuetes de los represores, pues más de cuarenta años después de su muerte, el Cantor encabezó la lista de los artistas prohibidos por la dictadura de Videla.
Por si algún reparo quedara sobre la legitimidad de su  condición heroica, son los poetas quienes la garantizan; los mejores de Buenos Aires, los más auténticos y comprometidos, honraron y celebraron al Cantor: Raúl González Tuñón (que además fue su amigo), Mario Jorge De Lellis, Humberto Costantini, Roberto Jorge Santoro, Francisco Urondo, Julio Huasi, Oscar García, Juan Gelman…
Pronto se cumplirán setenta años de su muerte. Los que nos someten ya no recurren a generales ni a políticos, ni se valen de la majestad del mármol; es a través de la estridencia y el bullicio como imponen a sus falsos ídolos, tan deleznables y efímeros como todo lo que produce el sistema. Y apenas advierte que la impostura está a punto de descubrirse, el mismo sistema los reemplaza por otros, que continuarán desempeñando la función de desorientar al pueblo y allanar el camino a la dominación.
El sistema se ha ocupado también de crear, y de ahondar, la brecha que separa al Cantor del pueblo al que pertenece, del modo más grosero y eficaz: acallándolo. En posesión de los medios de difusión, no difunde su discografía, y cuando lo hace, se reduce a los mismos temas, los de contenido más pobre, los que más han sufrido el paso del tiempo. En el mismo sentido colaboran presuntos estudiosos que se limitan a recopilar episodios intrascendentes y a establecer cronografías, así como quienes, conociendo poco y nada las interpretaciones del Cantor, pero preciándose de informados, repiten los argumentos de sus detractores.
No es la primera vez que el culto popular al héroe se convierte en una religión de sacerdotes, que reiteran monótona y solemnemente fórmulas y gestos vacíos de sentido. Creemos que va siendo hora de que Carlos Gardel, Héroe y Cantor de Buenos Aires, sea recuperado por y para el pueblo al que siempre perteneció. Hasta que ese momento llegue, él nos espera cantando cada día mejor.
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Ilustración: Monumento a Carlos Gardel en el Abasto. (Foto tomada del sitio todotango.com)
Tomado del periódico Trascartón.