14 mar 2011

Andanzas del arroyo Vega


(De Ricardo Ostuni)

La tradición quiere que un antiguo poblador ribereño le haya legado el nombre. La revista Fray Mocho publicó en 1912 la fotografía de un centenario ombú sombreando el rancho del Viejo Vega a las orillas del arisco arroyo, conocido también como San Martín y Blanco Encalada. En el plano de Buenos Aires publicado por Adolfo Sourdeaux en 1850 aparece trazado el curso del Vega: nace en la zona de La Paternal por la convergencia de diversos zanjones de desagüe de Villa Urquiza, Belgrano y Chacarita; atraviesa en diagonal las actuales calles Chorroarín y Donato Álvarez hasta Holmberg; allí tuerce hacia Juramento en dirección de Estomba por donde zigzaguea hasta Mendoza y Superí. En este cruce su cauce retoma por Juramento hasta Conde y luego, en sesgo, hasta Freire y Echeverría desde donde regresa en dirección de Blanco Encalada. De allí sigue una línea más o menos recta hasta Húsares y Monroe para desembocar en el Río de la Plata, al norte de la Ciudad Universitaria, por cinco salidas de 4,80 metros de altura. Su cuenca tributaria abarca unas 1.600 hectáreas.
A cauce abierto fue un arroyo peligroso por sus desbordes, que solían arrastrarlo todo a su paso. En 1869, la Corporación Municipal aprobó la apertura de una zanja que permitiera dar la salida a las pestilentes aguas estancadas luego de las inundaciones. Recién quince años más tarde se dispuso nivelar el terreno y practicar desagües a lo largo de su recorrido, tarea que estuvo a cargo del ingeniero Armando Saint-Yves. En las memorias del intendente Bollini (1890/92) puede leerse sobre el primer intento de canalización que no llegó a concretarse: “…me di cuenta del peligro que para el lugar y para las aguas corrientes ofrecía el Arroyo Vega que desemboca en el río a corta distancia del punto de toma. Concreto es su malísimo estado, causado por el desagüe de las fábricas instaladas en el Bajo Belgrano. Pretendí llevar a cabo la canalización, para nivelar y facilitar su desagüe pues por él corren las aguas pluviales de una gran extensión de la Capital de la parte limítrofe de la Provincia de Buenos Aires. Como no se entregara por el gobierno la draga solicitada, nada se hizo. Ordené enseguida se cortasen los caños de las fábricas y se desconoció la medida pues no existe ley en qué apoyarla… A pesar del tiempo transcurrido, de mis reiterados pedidos y de las quejas del vecindario, nada se ha resuelto que no sean consejos y recriminaciones de la Municipalidad que es la primera que ha hecho notar el peligro para el vecindario y que nada hacen por falta de autoridad…”
Su curso estaba poblado por misérrimos  caseríos. En Blanco Encalada entre Miñones y Artilleros se encontraba el almacén y despacho de bebidas “La Miseria”, en obvia alusión a su imagen. Cerca de allí, sobre la misma calle Artilleros, sobre una de las márgenes del puente “El Aburrido”, se levantaba “El Palacio de Cristal”, sarcasmo con el cual se conocía un conventillo de latón en cuyos dos pisos y en treinta habitaciones, vivía un conglomerado de familias rusas e italianas.
Recién en 1912, después de las grandes inundaciones del año anterior –donde el agua sobrepasó el metro y medio de altura por sobre el puente de Cabildo y Blanco Encalada –, comenzaron las primeras obras de canalización y desagües, que estuvieron a cargo del agrimensor Luis Gotusso, del Departamento de Obras Públicas de la Municipalidad. Las obras se llevaron hasta la calle Migueletes en la zona conocida como “La vuelta del Pobre Diablo”, ensanchándose la calle Blanco Encalada desde avenida Del Tejar hasta las vías del ferrocarril. El proyecto original contemplaba convertir aquella arteria en una hermosa avenida que “diera un nuevo impulso al valor, al comercio y a la comodidad además de embellecer notablemente una parte no pequeña de la parroquia…”, pero la mayoría de los vecinos no estuvieron de acuerdo. De todos modos sobre la calle Blanco Encalada se colocaron siete puentes para peatones en los cruces con Cramer, Vidal, Moldes, Amenábar, Obligado, Cuba y Arcos. Eran puentes de hierro con un sistema de pivote que permitía girarlos y colocarlos paralelos a las veredas.
Las obras de canalización del Vega siguieron a ritmo muy lento. En 1915 una comisión de vecinos presidida por el señor H. Heuss se entrevistó con el intendente Arturo Gramajo reclamándole la exoneración del pago del 40 % del afirmado de la calle Blanco Encalada porque la zona no había mejorado su desventajosa situación en los días de lluvia. En todas las Memorias municipales hasta 1933, se advierte la preocupación por la insuficiencia de los trabajos realizados.
Todavía por 1934 un buen trecho del Vega, desde su nacimiento hasta Olazábal y Zapiola, corría a cielo abierto. El entubamiento se concluyó en 1941 pero ya se sabía de la necesidad de nuevas obras. En 1936 se había previsto la construcción de un conducto aliviador que arrancaría en Amenábar y Sucre y otras obras complementarias que no se realizaron. En 1985 se produjo una de las lluvias más extraordinarias de que se tenga registro en la ciudad: cayeron cerca de 400 milímetros en algo más de 24 horas. La calle Blanco Encalada se convirtió en un verdadero río cuya fuerte correntada destrozó vidrieras y arrastró vehículos a su paso. El crecimiento edilicio superó todos los cálculos realizados en 1936 para el entubamiento definitivo del arroyo.
El arroyo Vega tiene, además, su anecdotario. El 18 de mayo de 1934 el ingeniero de Obras Sanitarias de la Nación don Francisco Terrone realizó una visita de inspección al conducto. A unos 500 metros de su desembocadura, sobre  una de las paredes se veía una construcción. Era una compuerta de unos ochenta centímetros de lado, herméticamente cerrada, que no formaba parte de la obra original. Efectuada la denuncia del hecho, la policía localizó en un galpón situado en Monroe y Húsares el acceso a dicha compuerta. La propiedad era de don Alejandro Orezzolli (alias “Churrinche”), uno de los cuidadores de caballos más prestigiosos de los años 20. Hombre de don Benito Villanueva, solía hacer en su quinta llamada “Unión Nacional”, memorables asados políticos.
Presumiblemente la construcción se habría utilizado para la entrada de mercadería contrabandeada por el río, aunque don Alejandro Orezzolli declaró que la casa la había adquirido en recién en 1932 y nada sabía del asunto. Como es de suponer, el tiempo se encargó de aletargar la investigación y todo quedó como una de las tantas anécdotas lugareñas.
Aún hoy, cuando las lluvias son muy intensas, el arroyo suele causar problemas. Al momento de escribir esta nota (1), el Gobierno de la Ciudad está encarando la construcción de un canal aliviador a lo largo de la calle Monroe, para poner fin a las conflictivas andanzas del Vega.
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(1) Año 1999.

Foto: El arroyo Vega en su cruce con la calle Húsares.
Nota tomada de la revista Historias de la ciudad, Nº 1, setiembre de 1999.