31 oct 2010

Compadritos y cuchilleros en Montserrat


(De Francisco L. Romay)

Si bien existieron negros cuchilleros, el compadrito fue un sujeto diferente, aun cuando también era cuchillero. Estos individuos son los que desde muchos años antes de la Independencia recibieron la denominación de “malévolos”, por decir hombres vagos, dañinos, pendencieros, y a quienes más tarde, por corrupción del vocablo, se conoció como malevos, que han llegado hasta nuestros días más o menos civilizados.
La gente, y muchos escritores, en realidad, los han conocido más por su aparición en los sainetes de Pacheco primero y Vacarezza  más tarde, que por haberlos visto en la vida de relación. Los autores nombrados los copiaron del natural, que ellos conocieron bien, porque los frecuentaron y estudiaron con perspicacia. Los trasladaron a la escena con mucha mayor fidelidad que los que pretendieron hacer lo mismo con el gaucho.
El barrio de Montserrat fue la cuna de muchos de esos personajes, popularizados después en dramas circenses y en sainetes. Sus cuchilleros llegaron a adquirir fama. Ensoberbecidos y jactanciosos, por ellos salió la copla: “Soy del barrio e´Monserrá/ donde relumbra el acero,/ lo que digo con el pico/ lo sostengo con el cuero”.
Versos que vienen a ser algo así como un remedo de otros, más populares también, referidos a otro barrio del municipio: “Soy del barrio del Alto,/ donde llueve y no gotea;/a mí no me asustan sombras/ ni bultos que se menean”.
Como se ve, todos llevan en su entraña un alarde de guapeza, que en muchas ocasiones no pasó de ser una simple jactancia donde esconder su cobardía.
Los compadritos tampoco han merecido los honores del estudio serio, aun cuando, por formar parte del escenario pintoresco de la ciudad, han sido objeto de una pseudo literatura vernácula. Este personaje se encuentra en otras partes, fuera de Buenos Aires. Existió en La Plata y en Bahía Blanca. Una de las causas principales reside en la existencia de grandes prostíbulos en esos centros de población, que al igual que la gran capital, eran el sustentáculo de esa fauna.
Todos los personajes mencionados son el resultado de la vagancia. Habitantes de los barrios pobres de las orillas o suburbios de la ciudad cosmopolita, han nacido y pasado su infancia semiabandonados por sus progenitores y entre elementos de la más baja condición social. Sin instrucción ni ejemplos de moral, pretendieron remedar personajes de avería, a los cuales conocieron por las mentas de sus hazañas, referidas por tradición oral o cantadas por menguados “payadores” en las pulperías del arrabal porteño. Uno de los barrios más a propósito para su nacimiento ha sido sin duda el de Montserrat. El inmortal Carriego, que le cantó a los humildes, dedicó también algunos versos a este sujeto, que debió conocer personalmente o por referencia de su padre, que fue empleado de la policía de Buenos Aires (1): “Sobre el rostro adusto del guitarrero/ viejas cicatrices de cárdeno brillo,/ en el pecho un hosco rencor pendenciero/ y en los negros ojos la luz de un cuchillo”.
El compadrito orillero, a quien se denomina así por se oriundo de las orillas de la población, es un tipo sui generis. No es el hombre común del pueblo; tampoco es el hombre de la campaña. Mucho menos aún es como el gaucho. Pero en su formación moral y psicológica entran todos los vicios de aquéllos, si ninguna de sus virtudes. Es un individuo que en alguna época llegó a usar vestimentas especiales y características. Sus acciones, indumento y maneras de andar eran peculiares también. Por eso se decía de él: “Con corte lleva el sombrero/ agachado hacia delante/ y en su andar arrogante/ parece que pisa huevos”.
Haragán, vicioso, malentretenido, guitarrero, mujeriego amigo de pendencias, es a no dudarlo el creador del tango canyengue y la canción maleva, que nació allá por el 80, cuando los bailes de negros se apagaban, por la desaparición paulatina de los elementos que mantenían avivado el fuego sagrado de los candombes.
Los habitantes del barrio de Montserrat fueron víctimas de todos esos personajes desde los primeros días de la Patria, por cuanto ese lugar se había convertido en una especie de paraíso de los cuchilleros. La policía se vio en apuros, más de una vez, para contener a los facinerosos. El 4 de diciembre de 1821, el regidor diputado de Policía don Joaquín de Achával se dirigía al Gobierno diciendo que elevaba al superior un proyecto con “la forma en que deben llevar los cuchillos los individuos de que trata el artículo 2º del decreto de prohibición del uso de armas blancas sancionado por la Honorable Representación de la Provincia en 27 de noviembre último y cuya prescripción se sirvió V. E. encomendar a la Policía en resolución del mismo día para que si la considerara arreglada se sirva prestarle su superior aprobación”. La disposición se refería a los que tenían necesidad de usar armas blancas, por su ocupación u oficio, pero siempre que por el lugar y circunstancias se presumiera estaban destinadas a ese objeto. El ministro Rivadavia, por resolución del 7 del mismo mes, aprobaba las medidas del regidor.
En aquellos tiempos se hizo célebre el valiente Alcaraz, importante personaje de la policía porteña, cuya destacada actuación dio lugar a que se tejiera una leyenda alrededor de los episodios reales en que intervino, difundida más tarde por historiadores mal documentados (2).
Sin embargo, las medidas adoptadas por la Jefatura, al parecer no dieron todo el resultado esperado, pues con fecha 24 de enero de 1823 el ministro Rivadavia se dirigía al jefe de Policía, don Francisco de Achával, diciendo: “Los partes de la Policía correspondientes a la semana anterior, han dado al gobierno el sentimiento de advertir que a pesar de las providencias prohibitivas que se han expedido sobre el cuchillo, continúa éste causando las mismas desgracias que se han querido evitar y que causan el espanto de la población. Por este motivo el mismo gobierno ha ordenado se prevenga de nuevo al jefe de Policía, haga que los comisarios y todos cuantos en su Departamento sean encargados del celo público, lo redoblen, a afecto de lograr exterminar totalmente semejante uso, bien entendido que será el medio en que harán apreciar mejor sus servicios a la Patria y su recomendación para con la autoridad”.
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(1) Hace poco un distinguido escritor dio a publicidad un trabajo desvirtuando versiones inexactas difundidas con respecto a la vida de Carriego.(Cfr. Bernardo González Arrili, Evaristo Carriego, en La Prensa, Buenos Aires, 8 de abril de 1962).
(2) Francisco L. Romay: Alcaraz. Un buen servidor de la vieja policía porteña. Bs. As., 1944.

Imagen: Compadrito. Dibujo humorístico de Caloi. (Tomado del libro: Mi Buenos Aires querido, Ediciones del pájaro y el cañon, Bs. As., 1977).
Extraído del libro: El barrio de Montserrat, Bs.As. 1971.