22 sept 2010

Leónidas Barletta


(De Cora Cané)

Conocí a Leónidas Barletta en las memorables tertulias del Teatro del Pueblo, en Diagonal Norte 943. Apagadas las luces centrales de la sala, se encendían tres lamparitas de 75 watts cada una, que iluminaban el escritorio de Barletta y una salita contigua. Allí estaban su mujer, Josefa Goldar, y Rosita Goldar, José María Castro, entre medio sordo y distraído, siempre empeñado en contarle a otro gran músico y director de la orquesta, como él, el maestro Fischer, el argumento de la Traviata; estaban otros actores de la compañía, amigos poetas, bohemios, pintores; Cané, con sus coplas volanderas; Barletta, deambulando entre anécdotas y recuerdos, y organizando el coro para que cantáramos canciones gallegas... Y Daniel, que era un ser puro, entero, una especie de mandadero, secretario y custodio de Barletta. Y tan querible, que nadie advertía ni permitíamos que se advirtiera su deficiencia mental de enfermo Down.
Barletta tenía un aspecto de monje romano, con su expresión deliberadamente hermética, sus explosiones de ingenio, su sonrisa de pícaro sabueso conocedor del alma humana. Ancho y varonil era su rostro; la frente despejada bajo las cejas pobladas; la mandíbula enérgica.
Con el Teatro del Pueblo, que fundó en noviembre de 1930, inició Barletta la gesta del teatro independiente con la obra de Martínez Estrada Títeres de pies ligeros. Hasta entonces no había escuela de actores ni de arte escénico. El elenco debutó en el cine teatro social de Villa Domínico. Después estaría en varios lugares -incluso en el teatro Corrientes, donde hoy está el teatro General San Martín-hasta instalarse en Diagonal Norte. En el teatro independiente nadie era estrella ni divo. Alternaban la interpretación de obras nacionales y extranjeras con el barrido de la sala, el armado de la escenografía, el reparto de volantes. Barletta y sus actores vociferaban en la vereda: "¡Pasen, damas y caballeros..! ¡La funcíón va a empezar..!". Fue preso dos veces porque Ángel Riva, comisario de la seccional de la zona, consideraba que eso era "alborotar en la vía pública". La entrada era gratis o, a veces, costaba veinte centavos. El día de la inauguración, Barletta cortó el tránsito, tocando una campana para llamar la atención. Raúl Larra lo llamó "el hombre de la campana". No sólo actuaban en la sala: daban funciones en las plazas y hasta montaron una obra griega en los lagos de Palermo.
Perteneció a un tiempo de ideales, inteligencia, pasiones, ingenio. Su generación, la del 22, dio a la literatura, a la poesía, a la plástica, figuras trascendentes. Desde las barricadas del grupo de Boedo, en el café "El Japonés", en Boedo y Carlos Calvo, o en el almacén "Piaggio", Barletta polemiza ardientemente con el grupo de Florida. Lo acompañan César Tiempo, Álvaro Yunque, Enrique Amorin, Elías Castelnuovo, Roberto Mariani, Roberto Arlt, los hermanos González Tuñón. Si Florida representaba con Borges, Oliverio Girondo, entre otros, "la tendencia renovadora de lo estético", para el grupo de Boedo la literatura no era un fin en sí misma, sino "un instrumento del intelecto para los objetivos de renovación estética y humana".
"Ellos querían -decía Barletta- la revolución del arte. Nosotros queríamos el arte para la revolución". Y con esos entusiastas ideales juveniles, escribe apasionadamente, publica revistas, alterna el amor por el teatro con el periodismo político y la literatura. Cierta vez, un coronel lo desafió a duelo, ofendido por un encendido editorial. Le repuso: "Acepto. Usted me desafía a duelo con las armas. Yo lo desafío a usted a escribir". 
El grupo de Florida se disolvió alrededor de 1927. El de Boedo muere con la revolución del 30. Girondo le envía una tarjeta: "Chau, Camorrero Mayor de Buenos Aires". Antes de que estos dos grandes movimientos literarios llegaran a su fin, Arturo Cancela trató de unirlos. "Podrían llamarse -propuso- Floredo". Barletta contestó: "De acuerdo, siempre que se llame Boerida".
A lo largo de su vida -nació en 1901 y murió en 1975- trabajó mucho en los más diversos oficios. Fue albañil, boxeador, pintor de brocha gorda, viajante de comercio, estudiante de medicina y hasta monaguillo, en la iglesia del Pilar. Esta relación religiosa con su infancia acaso me impulsó a proponerle una tarde, llevando en brazos a mi hija Corita, de dos meses. "Ésta es nuestra obra, de Luis y mía. Y necesito un padrino. Queremos que sea usted". Barletta se quedó mudo. " ¿Yo, padrino de bautismo...?". "¡Eso mismo! Después de todo, usted fue monaguillo cuando era chico". Aceptó, emocionado y confundido. Cuando yo le informé a fray Butler -sacerdote y artista- que Leónidas iba a ser el padrino de Corita, sólo atinó a decir: "Espero que por lo menos se acuerde de la señal de la cruz...". Jamás olvidaré la ternura de Barletta diciendo el padre nuestro y con un cirio en su mano, ante el altar.
"Barletta nació para nadar contra la corriente", dijo Soler Cañas. Arrollador, empeñoso, libró todas las batallas que le presentó la vida, que no fueron pocas. Quizá una de las más duras haya sido la amputación de una de sus piernas, en los finales de su vida.
En aquellas inolvidable tertulias en el sótano de la Diagonal Norte, muchas noches revivieron en la anécdota, en la emoción, en el ingenio, seres que habían pasado por su vida sin abandonarlo. Entre ellos, Roberto Arlt, cuyas obras -casi todas- estrenó Barletta. Solían conversar hasta altas horas de la noche, en la casa de Arlt, en Yerbal 2200. Una noche, después de presenciar un ensayo, Arlt murió de un ataque al corazón. "Era un artista -dijo Barletta-. Cultivó la pobreza y vivió atormentado".
Barletta vivió bajo distintos gobiernos, a algunos, los padeció. Dijo una vez: "Vivo en un medio donde las divisas fuertes son las vacas y no los libros". De todos los libros que publicó, cuyos protagonistas reviven al hombre y sus soledades y miserias, Historia de perros -que integra la trilogía Vientres trágicos y Los pobres-  es una historia a la que vuelvo siempre. Creo que es la novela más profundamente reveladora de las mezquindades sociales y de la sensibilidad pura de la gente común. Son seres simples, analfabetos algunos, que viven su tiempo, siendo ellos virtuosos y ejemplares. En este libro, Barletta perfila abiertamente su espíritu humanista, simbolizado en personas y animales que habitan las páginas del libro.
Como tantos escritores, poetas, plásticos, Barletta también pertenece a la oscura categoría de los Grandes Olvidados.
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Imagen: Leónidas Barletta según xilografía de Luis Rebuffo.