27 sept 2010

El fileteado porteño


(De Alfredo Genovese)

En la extensa definición de la palabra Filete que figura en el diccionario encontramos lo siguiente: m. (del latín filo = hilo), lista angosta en molduras / línea fina para adornar dibujos / remate de hilo enlazado en el canto de ropas / pequeña lonja de carne magra o pescado sin raspas.
De estas cuatro definiciones, la segunda es la que más conviene a nuestro tema y para reforzar su significado, siempre con la complicidad del diccionario, encontramos que la palabra Filetear se define como “adornar con filetes”.
Entonces, parece que esta idea de “hilo decorativo” sirvió para inspirar en Buenos Aires la denominación de una práctica que se llamó Fileteado porteño. Comencemos por definir lo que en esa ciudad se entiende por un fileteado: es una decoración que se practica sobre un rodado -cualquiera fuere- compuesta por dos elementos: un breve mensaje escrito, y/o un mensaje icónico realizado en vivos colores con formas propias y definidas. Ambos elementos pueden estar juntos, y cuando es así generalmente el mensaje escrito está contenido en el icónico.

NOTICIA BREVE ACERCA DEL FILETEADO PORTEÑO
El fileteado porteño es un arte decorativo y popular que nace en Buenos Aires a principios del siglo XX. Tuvo su origen en las fábricas de carros, donde los primeros maestros del oficio lo desarrollaron entusiastamente hasta enriquecerlo plenamente en forma y colorido. Durante más de medio siglo los carros de la ciudad lucieron esta original decoración que más tarde fue heredada por los camiones y los colectivos.
Por ser un arte popular, el fileteado está escasamente documentado. No hay una fecha exacta que marque su inicio ni tampoco se conoce  un primer fileteador iniciador del género. La historia elemental del fileteado está hecha a base de la recopilación de testimonios memoriosos que, rescatados milagrosamente al olvido, llegan hasta nosotros a modo de genealogía (muy cercana a una mitología).
Coinciden los testimonios en que los pioneros de este arte fueron inmigrantes italianos que trabajaron en las fábricas de carros quienes pintaron los primeros ornamentos sobre las nuevas unidades que de allí salían. Inicialmente se trataba de una simple línea que separaba dos colores diferentes en los costados de los carros, que más tarde dieron lugar a la incorporación de nuevos elementos decorativos que fueron conformando un repertorio. Los tres primeros fileteadores que se conocen fueron Salvador Venturo, Vicente Brunetti y Cecilio Pascarella.
Según el testimonio de Enrique Brunetti, fue su padre, Vicente, el primero que aplicó un color alternativo al gris “municipal” que se usaba siempre en los flancos de un carro, dando así el primer paso de toda la decoración que luego se desarrolló. Cecilio Pascarella se caracterizó por incorporar a los carros las leyendas escritas con letras góticas, que en la jerga filetera se llamaba “ergóstrica”, imitando a los costosos letristas franceses de la época. Y Miguel Venturo, hijo de Salvador, fue el que diseñó por vez primera las flores características del género además de incorporar toda una serie de nuevos elementos decorativos.
Distintos gremios trabajaban en la construcción de los carros dentro de un mismo taller, los carpinteros construían la caja y las ruedas con maderas duras, los herreros colocaban y niquelaban las partes metálicas, los pintores “de liso” preparaban los colores de fondo y finalmente llegaba el turno al fileteador. Este decoraba el carro según las posibilidades económicas y el apuro que tuviese su dueño, siguiendo las instrucciones que se pactaban a gusto del cliente. Cada carro constituía una obra muy elaborada, producto de la suma del trabajo paciente de los diferentes artesanos que necesariamente intervenían en su construcción.
El fileteado fue desarrollándose velozmente hasta adquirir elevados niveles de riqueza y complejidad; desde aquel primer chanfle pintado por Brunetti de un color diferente al gris reglamentario, a las finísimas alegorías de Carlos Carboni se habían incorporado numerosas técnicas y elementos decorativos que fueron conformando un  repertorio que lo convertían en un  género único y diferente de cualquier otro conocido hasta entonces. Es característico en su tratamiento: 1) el alto grado de estilización, 2) la preponderancia de colores vivos, 3) la marcación de sombras y claroscuros que crean fantasías de profundidad, 4) el preferente gusto por la letra gótica o los caracteres muy adornados, 5) la casi obsesiva recurrencia a la simetría, 6) el encierro de cada composición en un marco ( que toma la forma del soporte de emplazamiento ), 7) la sobrecarga del espacio disponible, y 8)  la conceptualización simbólica de muchos de los objetos representados ( la herradura como símbolo de buena suerte).
Su diseño ornamental esta inspirado en  elementos decorativos de la época, como fachadas de frentes, vidrios pintados y algunos manuales de decoración. El desarrollo de las formas en espiral demuestra que estos ornamentos de origen eran preferentemente tomados del estilo neoclásico o grutesco y no del art noveau, ya que carecían de la característica “línea látigo”.
La temática, por lo general contenida en los óvalos centrales de las tablas llamadas “paneles celebratorios” eran de inspiración popular, y podían ser bastimentos, escenas campestres, la imagen de la Virgen de Luján o el retrato de Gardel. Los textos incluidos eran (más allá de los datos del propietario del carro) en su mayoría frases y lemas populares que constituían una “sabiduría de lo breve” y que alguna vez Jorge Luis Borges definió de “costados sentenciosos”. Ello demuestra que el fileteado se realiza no solamente con fines estéticos, sino que es también exponente de los valores socioculturales del hombre de la Ciudad de Buenos Aires.
El progreso fue trayendo consigo la inevitable sustitución del carro por parte del camión, que sin embargo supo aceptar al fileteado al igual que la tarea de carga que heredaba de su antecesor. Las formas decorativas se adaptaron de la caja del carro a las de los nuevos vehículos, que incluso se hacían en las mismas fábricas de carrocerías en las que los mismos maestros trabajaban y nuevos motivos fueron inventados para decorar las cabinas. Los colectivos también aceptaron al fileteado sobre su superficie, más lisa y amplia que la del carro al no estar dividida en paneles.
Carros, camiones y colectivos circulaban bellamente fileteados por las calles de la ciudad sin que nadie percibiera en ello una manifestación estética; era algo a lo que la gente estaba acostumbrada y que además no merecía un lugar dentro de la crítica del arte local. Precisamente eran los dueños de los vehículos y los maestros del oficio quienes conservaban vivo este arte al margen de cualquier forma posible de reconocimiento. Por ejemplo, un verdulero podía pactar con un fileteador un trabajo para su camión rico en colores y repertorio, que recreaba además una alegoría hecha a la medida de su propietario; ese camión ganaba la calle exponiéndose a la acción destructiva del uso, la intemperie y el tiempo y si no se restauraba en un plazo razonable era una obra que se perdía para siempre, como ocurría en la mayoría de los casos. El primer intento serio de valorización del fileteado fue la muestra realizada en la galería Wildenstein por Esther Barujel y Nicolás Rubió en 1970 luego de un paciente trabajo de investigación, que se consagró además con la edición de un excelente libro en 1994. A ellos debemos la colección de tablas fileteadas que alberga hoy el Museo de la Ciudad.
Pero nada pudo impedir que el fileteado comenzase su ocaso en la década del 70. Una ley que prohibía el fileteado de los colectivos en la ciudad de Buenos Aires promulgada en 1975 (Ordenanza de la S.E.T.O.P. Nº 1606/75 actualizada a junio de 1985) provocó su desaparición casi definitiva en aquellos vehículos. Por otro lado, el cierre de la mayoría de las carrocerías que mantenían al fileteador en calidad de empleado, la decadencia de la economía nacional que quitaba lugar a estos “gastos extras", además del fallecimiento de muchos maestros y la ausencia generalizada de discípulos, hizo que este arte languideciera rápidamente.
Tal vez esta desaparición fue necesaria para que el fileteado comenzase a ganar otros lugares. Desde hace más de una década este arte se incorporó a la pintura de caballete o el lenguaje publicitario de ciertas marcas que si bien lo sacan del contexto originario y las técnicas tradicionales, logran en cambio darle una autonomía antes impensada: la posibilidad de venta independientemente del rodado y por ende, su exposición como una “obra de arte” dentro de una casa o museo, o incluso convertirse en trabajos de diseño. A consecuencia de esta revalorización y paralelamente a ella fue adquiriendo otra significación al convertirse en emblema de la ciudad junto a su género musical característico: el tango. Este proceso no ha sido aún muy documentado, pero desde hace aproximadamente una década el fileteado se unió al tango como reconocida manifestación de identidad porteña.
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Ilustración: Fileteado de Alfredo Genovese.

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Diccionario Codex, Bs. As., Ed. Codex, 1954, Vol.1
E.Barugel y N. Rubió, Los maestros fileteadores de Buenos Aires, Bs.As., Fondo Nac. De las Artes, 1994.
Cirio, Norberto Pablo " El filete porteño: critica bibliográfica y definición conceptual "en  Inst. de Teoría e Historia del Arte Julio E. Payró, U.B.A. nov. de 1996.
Jorge Luis Borges (1930)  “Las inscripciones de los carros”, en Evaristo Carriego, VII, Obras completas, T 1, Emecé, Buenos Aires.