31 ago 2010

Solís, el Río de la Plata y los indios


(De Diego Ruiz)

En varias oportunidades hemos comentado cómo gran parte de los descubrimientos y fundaciones en territorio americano se debieron a la rivalidad entre España y Portugal. Apenas conocido el hallazgo de nuevas tierras en Occidente el papa Alejandro VI –el valenciano Rodrigo de Borja, que se italianizó Borgia y fue padre de César y Lucrecia– debió dictar varias bulas para demarcar los dominios de ambas potencias, entre ellas la Inter Coeteris que fijaba un meridiano dividiendo el globo terráqueo como una manzana de Sofovich. Pero no bastó con la autoridad papal; el rey portugués Juan II se declaró insatisfecho y el 7 de junio de 1494 se firmó el Tratado de Tordesillas conviniendo trasladar la línea papal 370 leguas al oeste del Cabo Verde y en esto los portugueses estaban haciendo trampa, pues ya tenían conocimiento de las costas brasileñas a través de los viajes “clandestinos” de Joao Coelho en 1492 y 1494. En realidad, esto de los viajes secretos fue una práctica generalizada: en 1498 anduvieron explorando esta costa Duarte Pacheco Pereira y los españoles Vicente Yáñez Pinzón, Juan de la Cosa, Rodrigo Bastidas y Alonso de Ojeda, dos años antes del descubrimiento “accidental” del Brasil por Alvares Cabral, que tenía que ir al Oriente por el cabo de Buena Esperanza y argumentó que un fuerte temporal lo mandó para el otro lado, fraude que no se creyó nadie salvo algunos historiadores brasileños posteriores.
En uno de esos viajes, realizado en 1508, un piloto llamado Juan Díaz de Solís exploró las costas mexicanas y venezolanas acompañado por Yáñez Pinzón, De la Cosa y Américo Vespucio. Se ha dicho y se repite que Solís habría nacido en 1561 en Nebrija, Andalucía, pero el gran historiador chileno José Toribio Medina demostró con documentación que era, en realidad, portugués y que había huido a Castilla por cuentas graves con la justicia, siendo marino desde la juventud y suponiéndose que debe de haber navegado al extremo Oriente y por las costas africanas al servicio de la Casa de Indias portuguesa. Lo cierto es que a la vuelta del viaje de 1508 fue apresado por desacuerdos con Yáñez Pinzón, pero en 1512 gozaba nuevamente de gran prestigio y al morir ese año el “piloto mayor del Reyno”, Américo Vespucio, fue elegido para sucederlo y se le encomendó viajar a Oriente para fijar la línea de demarcación que antes comentábamos pero, ya firmadas las capitulaciones, una nueva queja del rey de Portugal suspendió indefinidamente la expedición.
En 1513 se produjeron dos hechos que iban a tener consecuencias para nuestra historia, pues el 25 de septiembre Vasco Núñez de Balboa descubría el océano Pacífico después de atravesar el istmo de Panamá en una empresa verdaderamente de locos –práctica y literalmente se echaron los barcos “al hombro”, los arrastraron por la selva–, y Nuño Manuel y Cristóbal de Haro, con el piloto Juan de Lisboa –al servicio de Portugal–, exploraban la costa sudamericana hasta la Patagonia y al pasar por el actual Río de la Plata, que llamaron Santo Thome, lo tomaron por un estrecho entre ambos océanos, lo que tuvo pronta divulgación como lo demuestran planos de la época y la reacción de la Corona española, que firmó una capitulación con Solís el 24 de noviembre de 1514 fijando expresamente que debía tomar posesión de ese “estrecho”. Así pues, el 8 de octubre de 1515 y en el mayor secreto partió Solís de Sanlúcar de Barrameda con una nave de sesenta toneladas y dos de treinta, embarcando sesenta tripulantes entre los cuales iban su hermano, su cuñado, Diego García de Moguer –quien dará luego que hablar– y el ya conocido Juan de Lisboa pues algunas lealtades, en ese tiempo como en todos, pasaban por el mejor postor.
En enero o febrero de 1516 llegó la expedición al Paraná Guazú que Solís llamará Mar Dulce, luego será nombrado Santa María, del Jordán, de Solís y finalmente, por la creencia de que llevaba a la mítica Sierra de la Plata, los portugueses bautizarán Río de la Plata. En el estuario exploró y dio nombre al cabo Santa María y a las islas de Torres, Martín García –donde enterró al tripulante de igual nombre– y San Gabriel, en la que años más tarde se pensará para fundar Buenos Aires, y también ancló en una ensenada natural, en Maldonado o Montevideo, tomando posesión de la tierra en nombre de España bajo la denominación de “puerto de la Candelaria”. Siguió explorando las costas y en la actual Colonia, frente a San Gabriel, desembarcó con seis hombres entre los que estaban el contador Alarcón, el factor Marquina y el grumete Francisco del Puerto, con tal mala suerte que cayeron en una emboscada de los charrúas y se levantó, al decir de Borges, “...una estrellita trémula/ para alumbrar el sitio/ en que ayunó Juan Díaz/ y los indios comieron” porque estos aborígenes practicaban la antropofagia ritual. Sólo perdonaron a Francisco del Puerto quien diez años más tarde se encontrará con la expedición de Sebastián Gaboto, al que le dará manija con la Sierra de la Plata –aunque vale aclarar que no había que darle mucha, pues todos estos exploradores ya se la daban solos–, y morirá viejo en España dándole tema a Juan José Saer para escribir su magnífica nouvelle “El entenado”.
Después de este desastre la expedición resolvió volver a España bajo el mando de Francisco de Torres y Diego García de Moguer, se abastecieron de carne en la Isla de los Lobos, y en el Puerto de los Patos, frente a Santa Catalina, naufragó una de las naves cuyos tripulantes, dieciocho, se dividieron en varios grupos. Unos, viajando hacia el norte, fueron hechos prisioneros por los portugueses y remitidos a Lisboa, otros se instalaron en las inmediaciones de Los Patos y otro, Alejo García, se entusiasmó con las leyendas aborígenes del Rey Blanco y la Sierra de la Plata y, acaudillando a cuatro o cinco españoles y centenares o millares –según las distintas versiones– de indios, se fue a la conquista de ese reino. Descubrió y cruzó el río Paraguay, atravesó el Chaco y llegó a los contrafuertes andinos, lo que explica –junto con otras emigraciones anteriores desde tiempos de los incas– la presencia chiriguana en Santa Cruz de la Sierra. La cuestión es que, entre los chanaes, García recogió todo el oro y plata que pudo y volvió sobre sus pasos pero al llegar al río Paraguay los payaguaes lo asaltaron y mataron junto a los otros españoles e indios guaraníes que lo acompañaban. Unos pocos sobrevivientes pudieron llegar a la costa del Brasil con muestras de minerales, realimentando las leyendas y la codicia de los exploradores que seguirían arribando a América.
Así pues, un 8 de octubre zarpó la desdichada expedición que descubrió y exploró el río que iba a darnos nombre, a través de Martín del Barco Centenera, primero como región y luego como país. Y si bien la fecha ha sido opacada por otros sucesos históricos, muchos de los protagonistas de esa gesta son recordados en las calles de la ciudad: los hermanos Pinzón, Sebastián Gaboto y Américo Vespucio en el que fue el barrio marinero de Buenos Aires, La Boca; Juan Díaz de Solís, por una calle que corre desde Hipólito Yrigoyen hasta Caseros, entre Virrey Cevallos y Entre Ríos, por los barrios de Monserrat y Constitución, y lo más notable obra seguramente de algún edil trasnochado el Mar Dulce ha merecido una callecita de tres cuadras en Pompeya, desde Amancio Alcorta hasta el Riachuelo, entre Sáenz y Falucho.
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Imagen: Dibujo sobre un grabado de un retrato de Juan Díaz de Solís.